Llegué al mar siendo niño, y me esperaba
un velero en el muelle. Era febrero,
y eso le daba un sino mensajero
al otro viento azul que reposaba.
A lo lejos se alzaba la ola brava,
y ahí me dije; yo soy el velero.
¡Un áureo escalofrío mañanero
me inventaba la estrofa que alboreaba!
A la espalda, una sombra de santuario
con su torre secreta me cubría,
sin yo sentirlo. El mar daba consejo.
Y siendo tal reflejo imaginario
la imagen de mí mismo descendía
al averno del sol, roto en mi espejo.
David Escobar Galindo -El Salvador-
Publicado en la revista Oriflama 23
No hay comentarios:
Publicar un comentario