… y con corte de pluma,
el ave,
el trino enajenado de la cigarra
que a menudo profetiza
con sus ecos despiertos
y fríos,
el ejército mineral del rio Toro, desbordado.
Aguas que todavía llevan manos de azufre,
ojos trémulos abiertos del termómetro ayer,
amigos que fueron nidos de ceniza,
propósitos que nos llevan a hombros azules,
secos secretos que murieron
con savia petrificada.
Cuando el hacha del orgullo los talaba
y baldías quedaban sus venas,
heridas,
propios apellidos de azucenas
que con tumbos y ruidos respiraban su deriva.
¡Ah rio caudaloso que pasa con meseta de frescura en el lomo del valle!
Sus caballos líquidos desbocados,
sus monturas de éter perdidas en el galope.
Arboles enamorados quedaron desnudos,
las hojas varoniles goteaban,
los sotos femeninos
con las copas caídas
y sus senos al aire,
la alfombra del bosque atropellada con personajes de siglos y agua.
La entrada de un petrel andaba
en su huida como un grito iracundo.
En la vastedad de la natura
los peces mordían orillas de semanas
y saltamontes que se arrastraban,
donde la naturaleza ciega buscaba su corbata terrestre he inminente.
Donde divisaba la vida casi ahogada
que alzaba la cabeza,
como un esclavo de rocío que se ponía en pie.
Cuando las semillas bajaban de los céfiros
con trajes dulce
y longitud de proteína,
para el transcurso de un rio extendido
como un pájaro celeste sobre la tierra,
en la llanura desmedida de mi Costa Rica.
Belén Aguilar Salas -Costa Rica-
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