La paz explotada reclamó contra la multinacional que se lleva el oro negro y deja la muerte empotrada en los flancos de la tierra y en el magro jornal del trabajador. En estas semanas acostumbraba a seguirla un policía agitando una sonrisa cínica. Hoy al llegar a su casa, acompañada de su esposo, los acribillaron de siete tiros en el umbral de la puerta: cinco hijos menores gritaron hasta hacer temblar la tierra.
Los sicarios desaparecieron en la noche, sacudiéndose esos gritos infantiles del hombro, como quién se sacude la caspa, y rápidamente dieron el parte de guerra: asesinados por la espalda dos civiles que habían cometido el crimen de no callarse ante lo injusto. Los saqueadores recibieron la noticia con satisfacción. La fuerza pública inició la “investigación” del crimen celebrando con los sicarios en un garito, entre cervezas y chistes.
Azalea Robles
Publicado en la revista Movimiento Internacional de Escritoras.
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