martes, 26 de febrero de 2013

LA VIDA ES SUEÑO


Monoteatro sin palabras
En el centro del escenario, una cama de buenas dimensiones. El telón de fondo, rigurosamente negro. Negro, tam-bién, un enorme lienzo que cubre todo el escenario, actuando como un falso techo y, al tiempo, como una pantalla sobre la que podrán proyectarse imágenes. A la vista, ningún otro mueble u objeto.
La luz va disminuyendo serenamente sobre el escenario. En la bóveda celeste, en ese falso techo negro, brillan las estrellas: una proyección obtenida mediante una de esas lámparas que sirven para decorar las alcobas infantiles, para espantar los temores nocturnos y propiciar sueños tranquilos o ensueños fabulosos. Se escucha de fondo la canción de cuna de Brahms –Op 49, N°4, Wiegenlied.
PERSONAJE:
Un personaje de unos treinta años vestido con un pijama de franela a cuadros se sienta sobre la cama con las pier-nas encogidas como un niño, apoyando el mentón en las rodillas. Observa embelesado, con ojos nuevos y soñado-res, la magia que habita en el mundo.
Súbitamente el personaje sonríe malicioso; parece haber tenido una idea. Salta de la cama inquieto. A la carrera se dirige hacia el telón de fondo. Toma de entre las sombras un cazamariposas desproporcionado. Regresa y comien-za a saltar sobre la cama, usándola para tomar impulso. A cada salto, agita las piernas cómicamente en el aire, como una marioneta alocada. Blande jubiloso e imprudente su arma. En la red van quedando atrapadas estrellas de papel maché que alguien, a través de disimuladas ranuras en el falso techo, lanza desde lo alto. Al tiempo, el núme-ro de estrellas proyectadas va decreciendo. El cielo se apaga definitivamente.
Después él, una a una, libera las estrellas cautivas de esa trampa. Sólo para atravesarlas con enormes alfileres y clavarlas en un elegante expositor de grandes dimensiones, forrado por dentro con terciopelo negro: un singular ataúd que, una vez repleto, cierra con un descomunal candado que extrae del pantalón de su pijama. Mira su obra satisfecho: ahora todo el cielo es suyo, de nadie más. A través del cristal escapa una luz cada vez más débil y mor-tecina –la melancolía contagia a la música, que disminuye progresivamente de volumen–. No ya amarilla como cuando brillaban en el firmamento, sino de un verde enfermizo. Hasta que, finalmente, esa luz se apaga del todo –contemporáneamente cesa la música.
El personaje va perdiendo poco a poco la sonrisa. Se sienta de nuevo en la posición original, abrazándose las pier-nas. No sobre la cama, sino sobre el tablado. Su expresión es ahora muy distinta. Ya no se diría un niño; ha crecido de repente. Parece haber comprendido y mira con desconsuelo el cielo: uniforme, negro, vacío, callado... Los faros ya no le iluminan desde lo alto. Se siente pesado barro; ha dejado de ser un espíritu del aire. Sombrío, anclado al suelo, contempla el reino perdido o insensatamente saqueado. Mira con los ojos muy abiertos, como quien asiste horrorizado a su futuro. Consciente, por primera vez, de que sufrirá un insomnio eterno.
La luz va muriendo lentamente sobre el escenario, hasta que todo es oscuridad profunda y silencio.


Premio de Microficción Dramatúrgica Concurso Internacional “Garzón Céspedes” 2012: Monólogo teatral / Soliloquio / Monoteatro sin palabras hiperbreves

Salomé Guadalupe Ingelmo (España, Madrid)
Publicado en Los Cuadernos de las Gaviotas

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