Llevábamos horas buscando al gato. Sabíamos que no nos esperarían, que teníamos poco tiempo, pero lo habíamos encontrado en la basura cuando sólo tenía una semana y lo alimentamos con un cuentagotas hasta que pudo comer solo: era casi como nuestro hijo. Y nuestro pequeño buscaba también frenético, entre lágrimas. No podía dejar morir a su querido compañero de travesuras. “Es solo un animal” dirían algunos, pero…
Cuando lo encontramos, escondido dentro de una caja de zapatos, nos dispusimos a salir. Mi hijo no quería dejar atrás unas fotos de la familia y se detuvo para buscarlas. Es ahí cuando sonaron las sirenas. No era la hora señalada, ¿qué habría pasado? Salimos corriendo del apartamento. En el corredor cortaron la electricidad. No podíamos usar el ascensor… y vivíamos en el piso 47.
Nos dirigimos presurosos a la escalera de emergencia, tres pisos más abajo mi hijo trastabilló, sus piernecitas no lograban ir tan rápido. Las fotos volaron, le sangraba la nariz…
No lo lograremos, está claro, no lo lograremos. Mi esposo lo sabe, nos miramos en silencio y así, sin una palabra, estamos de acuerdo. Limpio las lágrimas del rostro de mi pequeño y le aseguro que todo estará bien. Subimos lentamente las escaleras. Entramos a nuestra casa. Nos metemos todos en la cama. No tenemos miedo, nada puede hacernos daño si estamos juntos, pues nada nos separará. Nos abrazamos con fervor. El gato ronronea feliz.
Escuchamos la cuenta regresiva en la más completa paz:
Cinco, cuatro, tres, dos, un…
Tanya Tynjälä (Perú)
Publicado en la revista digital Minatura 119
No hay comentarios:
Publicar un comentario