Escribía palabras casi sin tener conciencia de ello, después las miraba como si fueran absurdos suspendidos en una línea imaginaria, y sumido en un gran desánimo las hacía desaparecer sin el más mínimo remordimiento. La hoja quedaba horriblemente blanca, no sé qué se hacían todos esos signos sacados de algún lugar de mi cabeza, quizás regresaban a su antiguo lugar, de donde salieron a destiempo.
Las escenas desfilaban una tras otra y siluetas indefinidas trataban de manifestarse sin lograr comunicación conmigo, así que procedía a eliminarlas como en una especie de efecto dominó. Las veía esfumarse ordenadamente, en un fusilamiento dictatorial, a la brava, con la seguridad de que eran simples apariciones llegadas a entorpecer mi tarde de escritor.
Cerraba los ojos, me concentraba en luminosos puntos azules y blancos que se iban y venían ante mis párpados cosidos por la fuerza de las pestañas. Buscaba un rostro definido, una expresión indiscutible, una frase que se sostuviera independiente de mi capricho de pequeño dios. Las manos inseguras sobre el teclado, como buscando una clave secreta donde pulsar la expresión correcta, entonces vendría a la vida un texto con pasaporte a la libertad.
Abría los ojos y ante mí se alargaban algunas palabras, todas ellas rebuscadas, ladrando asquerosamente, sin conseguir transmitir la más exigua de las inquietudes, pura forma dilatada, fachada de casa vacía que me llenaba de un doloroso placer de destruir. Y me quedaba vaciado, peor que antes de borrarlas. Con desespero acudía a la memoria, buscando un episodio, una gesta, una vivencia fundamental de donde tomarme; asir con todas las fuerzas de mis dedos el teclado, trasgredir ese cerco inaccesible que no dejaba materializar el universo que llevamos dentro.
Una taza de café, desplazar toda la sensibilidad al humo que se filtra por la nariz y sentir un leve reposo, una especie de armisticio contra un enemigo oculto. Paladear la bebida y borrar nuevamente todo ese ejército de hormigas que no dicen nada. Dos horas perdidas frente a este desafío de escribir algo memorable, o por lo menos decente, es decir, algo con el mínimo crédito de literatura. O tal vez he ganado al no dejar con vida la basura pestilente que había escrito…
Otro sorbo de un café ahora frío, una vuelta de tigre enjaulado y la necesidad apremiante de encontrar una fuente exacta, un tema que ancle y se identifique pleno con mi oficio. A pesar de tantas ocasiones repetidas, de ver calcados los fracasos, cada nuevo duele más que el anterior, es una experiencia que no sirve en absoluto. Y dejo el índice derecho sobre el punto……………………………………………… y éste se repite burlón, ineficiente, inoperante, blasfemo. Una ociosidad que me gana, que me desprestigia ante mí mismo, una derrota declarada y una tecla al azar jjjjjjjjjjjj para que brinque la maldita liebre de donde se esconde... Aguardo. Café frío y un agrio en las entrañas, voy al baño a orinar…
Me aplico de nuevo y me siento más estúpido, más vulnerable… Que la literatura es trabajo, recuerdo, mucho trabajo, y aquí, exprimiendo la ocasión, parezco un imbécil, soy un imbécil de mirada perdida, que ha salido por la ventana, espiando las dimensiones artísticas de una naturaleza muerta, y el viento moviendo las hojas, y de paso las palabras que no llegan. Descubro, con resignación, que las frases escritas, las palabras manejadas, y todo ese hacer que aparece en algunos cuentos, poemas y otras cosas, me utilizaron a su antojo. ¡Vaya, calabaza! Miro el pocillo, en el fondo el almíbar de la azúcar y varios caminos difíciles, un desierto infranqueable, un jeroglífico para toda la vida y un punto escritor, inseguro, dándole al miedo, a la debacle, a la oscuridad, al imposible, con una terquedad de necio, de dios vapuleado por las circunstancias, y esta minería de perder, de encontrar, sin saber, el pedernal que menos queríamos… Cuando ya no aguanto más, saco la mano, borro con rabia y me acerco al precipicio…
Publicado por
Juan Carlos Céspedes (Siddartha)
en la revista La Urraka 29
Felicidades Juan Carlos,me encanto' tu forma de decir.Exitos y un abrazo fraterno
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