La imaginamos sólida, inalterable
enclavada en un punto luminoso del universo,
donde se refugia la piadosa luz
de un dios eternamente bueno.
Así la idealizamos siempre,
sabiendo que en su corazón
quedó la alegría de los pantalones cortos.
Cuando la buscamos…..
sus formas se escapan, se vuelven viento
y sus limites, son nada mas que recuerdos
aprisionados por el tiempo.
La casa envejece con nosotros
y nos sobrevive, sin saberlo.
C
arlos Eduardo Figueroa -Argentina-
Publicado en la revista Mapuche 60
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