Fue hace algunos años, mis amigos y yo fuimos al desierto en busca de nuevas experiencias. En el camino vimos un cerro a lo lejos, como si una colina hubiera sido rebanada de la parte de arriba y hubiese quedado una planicie en las alturas, algo así como un helipuerto natural.
Al ver esa inusual formación, decidimos que subiríamos hasta esa explanada y ahí acamparíamos. La subida fue ardua, pero llegamos a la cima. En el trayecto recogimos algunos peyotes.
Ya de noche, sentado en redondo ahí arriba nos tomamos cada cual una taza de té de peyote. Yo me tome toda la taza.
Unas horas más tarde, ya no estábamos solos. Seres extraordinarios habían llegado a ese mismo lugar y nos invitaban a ir con ellos.
Y lo hicimos, porque esa fue la noche en la que abandonamos la Tierra. Lo sé, porque sobre aquella roca inmensa hasta dejé una nota cuya posdata decía: «Ya les avisaré si algún día decido volver».
Jaime Melendez Medina (México)
Publicado en la revista digital Minatura 119
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