jueves, 5 de abril de 2012

TRADICIÓN

La tradición me persigue, como a mi padre, y a mi abuelo, y a mi bisabuelo… y así hasta el primer varón de la familia que fue maldecido con ella. Me la contaron apenas llegué a la pubertad e iba a comenzar a sufrir las transformaciones. Hicieron bien, porque de haberla padecido sin saber los motivos que la provocaban no sé si lo hubiera soportado.
Mi padre, sentado junto a mí, en mitad de un calvero, bajo el sol del atardecer, me narró el encuentro con el monstruo que infectó a nuestro ancestro, y de cómo éste le mordió y envenenó su sangre de una forma diabólica. A partir de ese momento, en las noches de luna llena se convirtió en una bestia ahíta de sangre y amante de la destrucción. A partir de entonces también fue perseguida por el resto de habitantes del mundo, que pretendían exterminarlo sin piedad si le atrapaban. La maldición, como todas las de este tipo, se heredaba.
Ese era nuestro destino, a nuestro pesar. Aullé a la noche que caía, y que traería la primera luna llena y mi primera metamorfosis, y mi padre me acompañó en la queja. Enseñamos nuestros colmillos a la blanca faz que llenaba el firmamento, y comenzamos a sentir el cambio. Dejábamos de ser lobos… Esa noche, yo lo acompañaría en su caza y me convertiría en otro asesino de mis semejantes lobunos, porque nos transformaríamos en la peor de las bestias… en hombres.

Francisco José Segovia Ramos(España)
Publicado en la revista digital Minatura 117

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