domingo, 22 de abril de 2012

SOBRE EL LECHO

 (I)


Cuerpo tienes en forma de alarido,
tal que iniciando erótica batalla;
cada uno de sus músculos estalla
en agresividad, mas sin sonido.

No fue forjado para estar vestido,
sólo, tal vez, y a medias, de la toalla;
libre ha de ser, sin coto ni muralla,
al aire, a plena luz, desinhibido.

Siendo efímero, exprime los momentos,
sin contener desmán o atrevimientos
que bajo su epidermis borbotean,

y no esperan por ti, si los reprimes.
Las luminarias que ves hoy sublimes,
tibias luces serán que amarillean.


 (II)

Sobre la cama, sola, desenvuelta,
te ocultas y te exhibes, se adivina
la piel que no se asoma, y se amotina
cada sueño en la sábana revuelta.

No sabría decir si estás de vuelta
de un encuentro anterior, o se avecina
la fulgurante cita clandestina
con que olvidar la relación disuelta.

Si penetrara tu ánimo confuso,
tal vez pudiera ver si es el intruso,
o el fugitivo a quien tu abrazo añora.

Parte de cada cual vendrá a tu mente,
que hará el amor con ambos, indulgente,
mientras algo en ti misma se evapora.


(III)

Entra el día en tu alcoba a borbotones,
desbordante de luz, cálida mano
perfilando las curvas que el verano
bronceara en tus mansas dimensiones.

Tibio calor plenario de intenciones,
huérfano el cuerpo de calor humano,
sondeando la espalda, en cortesano
tacto gentil que eriza los pezones.

Al fondo de tu mente hay fantasías
de anónimas, desnudas compañías,
descendiendo en tropel hacia tu entraña.

Cubierta en convulsiones y sudores,
reconstruyes pretéritos amores,
y el lecho en linfa lúbrica se empaña.


(IV)

Has adiestrado el tiempo, que no pasa
cerca de ti, marchitas ya las horas.
Ni duermes ni tampoco te incorporas;
yacente y a la espera, eres la brasa

dispuesta a trascender, y que traspasa
su intemporalidad sobre la aurora
surgida en torno a mí. Ya me enamora
la opción de infinitud que ella acompasa.

En desnudez vendré sobre tu lecho,
con el hambre vital del que ha deshecho
sus relojes también, para ir sin prisa.

Junto a ti, sobre ti, quietud o brega,
sin hora de partir, como quien llega,
renuncia a su pasado, e improvisa.


(V)

Mujer de tibios muslos infinitos,
que no termino de besar, ni quiero;
hospedaje a que vine, forastero,
y hoy residente me proclamo a gritos.

Mujer sobre este lecho, en que los mitos
de amor renacen con el mismo fiero
ímpetu original de que habló Homero,
que sobre ambos tal vez los dejó escritos.

Mujer que, si nacida de la espuma,
fuera yo dios del trueno; me perfuma
el sudor de tus ingles, al besarte.

Mujer indispensable, revestida
de ayer y de hoy, de historia, sexo y vida;
he llegado a tu lecho para amarte.


(VI)

Flotas entre olas de satén, navío
sin capitán, timón ni trayectoria,
más próxima al fracaso que a la gloria,
sobrada en confusión, perdido el brío.

Si el buque a la deriva fuera mío,
desplegaría el mapa de su historia,
le daría una ruta exploratoria,
y surcaría el mar a mi albedrío.

Levántate, mujer, salva y esgrime
tu propia vida en derredor, e imprime
tu fervor y carácter por doquier.

Horizontes de luz están llamando;
sólo tú puedes retomar el mando,
y por tus propias fuerzas, renacer.


(VII)

Sinuoso camino el ofrecido
por tu figura en desnudez yacente;
su lúbrico zigzag, incandescente,
ofrenda es al cerebro y al sentido.

Inicio mi trayecto consumido
por ansias de llegar, mas reticente
de súbita premura; que el torrente,
en su afán de rodar, no es más que ruido.

Voy sobre ti en arrullo de agua mansa,
que lame las orillas, se remansa,
y paso a paso en lentitud se entrega.

Desde el pie a la cadera, eterno tramo;
del vientre al seno al párpado… Derramo
sobre tu piel, mujer, mi alma andariega.


(VIII)

Vendrá, mujer, sobre tu carne blanda
quien tantas veces emergió en el sueño,
en sus manos inédito diseño
de nuevas noches que tu afán demanda.

Tu escuadrón de recelos se desbanda
frente al aire anacrónico abrileño
que perfuma este otoño, ya risueño,
refloreciendo el gozo en tu veranda.

Cualquier tiempo del año es primavera
cuando la intensidad con que uno espera
sobrepasa las copas del pinar.

Y tú, mujer, que tanto has esperado,
cuya alma a tal altura se ha elevado,
a punto estás de tu ocasión de amar.

FRANCISCO ÁLVAREZ HIDALGO -Los Angeles-









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