jueves, 19 de abril de 2012

EL SENA

París, mágica ciudad bañada por el Sena
donde el poeta sueña de día y vive de noche.
París donde el poeta emborrona blancas
cuartillas de versos de amores arrolladores
y libres que derriban todos los ostáculos
y que sólo entiende un único lenguaje
enterrando a todos los demás en la fosa
del olvido donde se pierden vivencias indeseadas
que lamentamos haber vivido.

Cuéntame, poeta, tú que estuviste en París,
que viste desde la torre Eiffel,
dime si tocaste el cielo con las manos,
explícame los detalles del paisaje
que se extiende a tus pies, nárrame
en unas cuantas palabras, si puedes,
que sentiste allí arriba.

El poeta pasea por la orilla del Sena
y se siente río de mansa corriente
que ve discurrir la vida de una ciudad
que enamora al visitante y al no visitante
por sus encantos esparcidos en calles y plazas
y en un puñado de viejos monumentos.

Yo no soy ese poeta que pasea por París,
no soy el artista que camina en esta ciudad,
yo nunca estuve en París, nunca vi
el Sena, ni me perdí por las salas
del Louvre contemplando los ojos expresivos
de la Gioconda, ni entré en Notre Dame
donde el jorobado murió de amor.

Nunca he disfrutado noches de bohemia
ni de pasión en el viejo París
pero mis versos siempre han sido apasionados
y muchas veces me sentí bohemio
y con ganas de arrojarlo todo por la borda
y recorrer los senderos con un poco de pan
y queso en la mochila de mis sueños.
Pero dejé la mochila en un rincón
y me quedé junto al mar viendo
morir al sol en sus aguas cada atardecer.

Nunca se reflejó mi imagen en el espejo
del Sena aunque si me vi en las cristalinas
aguas del río Salado que viene a morir
en las doradas arenas de la playa de Conil,
mientras los peces saltaban jugando
con el aire unos breves segundos.

JOSÉ LUIS RUBIO

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