1
Un pedacito de tierra
sobre el que todo está solo.
Mi hijo está solo
mientras siega
lo que va quedando de los tientos
de los sueños de aquel que se marchó.
Pobre hijo mio
que solo tiene una madre sola
mil veces sola sobre un montón de tierra.
Pobre hijo mio
a quien no pude darle
algo invencible
algo inalterable
algo más que pasos que se pierdan.
Las mariposas, las abejas,
que en otras primaveras le mostraba:
(espero, sueño, habérselas mostrado)
¿habrán guardado su sonrisa?
Pobre niño sin padre
antes y ahora
segando solo la tierra que no es suya
como segando un cariño oscuro
que se fue cerrando como un puño.
2
He decidido mirar por la ventana.
Todo cae mientras yo miro por la ventana.
Mientras me caliento el pecho con el sol.
Miro las telarañas entre las rejas
finas, tornasoladas.
Miro las volutas de hierro, sencillas
las que eligió Rodolfo.
He decidido mirar por la ventana
de esta casa enorme.
Acá iba a crecer un hijo nuestro.
Las piñas se amontonan en los árboles.
Acá íbamos a tener una pileta.
Y el color de las paredes iba a ser arena.
He decidido mirar por la ventana.
Inmóvil en la silla, como en un hospicio.
Ver los rosales plantados y olvidados
que crecieron sin darnos una flor.
Los yuyos del invierno, las agujas
que caen de los pinos, las gramillas.
El gris de los ladrillos que costaron tanto.
He decidido mirar por la ventana.
Repasar en silencio la alegría perdida
con esta ropa vieja de todos los inviernos.
3
Es la hora en que es preciso escribir.
Hay que salvar el día
de hundirse. Hoy
vale por tantas tardes que vi pasar
callando. Hoy
no es más triste que otras veces
esta hora.
No es mayor la soledad
sino más vieja
como si nadie nunca hubiera estado.
El hueso del silencio
conocido y raspado por mis manos.
El hueso de ser una
sola, durante todo el trecho.
El hueso de haber sabido siempre.
Sin embargo tuve la duda del amor…
Se me ofreció en alguna de sus formas
y vi salir el sol por el oeste
y palpitar la tierra
y edulcorarse el mar.
Hallé que el frío no cortaba
que ciertas flores supuraban
me senté bajo un sauce para oirlo
y me aburri.
Me decía siempre que de mí
huían las felicidades.
Me llamaba siempre inmerecida.
Entonces tuve la deuda del amor.
Y no hay camellos que alcancen para eso
ni arena caminada
ni las piernas, ni las vulvas entregadas.
Nada de eso
paga la estafa del amor.
No hay agua sobre la cual escribir
tantas partidas.
Me quitaron lo que nunca tuve
y siempre supe que no había tenido.
Me dieron y me rapiñaron
el hueso de mi soledad.
CARINA SEDEVICH (Santa Fe-Argentina)
Publicado e la revista Gaceta Virtual 76
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Hace 10 horas
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