En el despertar de su sexualidad, Jeanne Marie-Claire se dio cuenta de que su veleidad era preocupante y que a la vez, en ella convivían una fe poderosa en Dios y una aceptación del dogma católico, que para otras era precisamente un problema y la traba para ingresar a la vida monástica.
En sueños diversos y en imágenes recurrentes diurnas que se le aparecían en cuanto permanecía cinco minutos en soledad, veía que dos caminos se abrían ante ella: uno, en donde presentía vivamente que pasaría de unos brazos a otros sin el menor apego, y el otro camino que la conducía hacia una vida contemplativa en donde en lugar de verse abrazada y besada, se encontraba rodeada de otras individualidades femeninas vestidas al igual que ella.
Jeanne Marie-Claire floreció a la vida femenina y sintió un deseo compulsivo más fuerte de lo que su educación y su casa permitirían, a menos que ella se fuera y viviera otra vida lejos de su familia, o los enfrentara, aunque por esto tuviera que dejar de vivir con ellos. Entonces, aún pequeña para decisión tan grande, tomó el camino de las del uniforme y no el de la sensualidad. Su fe seguía siendo firme y pensaba que tendría menos cosas de las cuales arrepentirse si tomaba el camino de la paz.
En el diario íntimo de Sor Jeanne Marie-Claire constan los detalles de su diaria lucha por no sucumbir a la tentación, y yo me pregunto si no habría sido mejor no luchar tanto en contra de su naturaleza.
RAQUEL BARBIERI -Argentina-
Publicado en la revista Ficciones Argentinas
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