martes, 24 de enero de 2012

ARTÍCULO

RECORDANDO A FELIPE LLERA
Por Juan Cervera Sanchís -México-

En la calle Mar Mármara número 148, entre Mar de la
Banda y Mar de Arafura, colonia Popotla de la ciudad
de México, hay una placa que recuerda a Felipe Llera y,
ahí mismo, existe un pequeño jardín donde podemos ver
su busto.
Fue el lugar donde nació y vivió este compositor y cantante,
que tanto hizo por difundir la música mexicana.
Llera vino al mundo el 8 de diciembre de 1877 y falleció
el 6 de septiembre de 1942.
Desde niño se sintió atraído, o mejor dicho, cautivado por
la música. Pasión y afición que cultivó de manera autodidacta.
Nunca tomó clases con ningún maestro. No porque él no
quisiera, sino porque su familia quería que Felipe siguiera
la carrera militar. Fue pues inscrito en el Honorable Colegio
Militar.
Ello no obstante, Llera, perfeccionó sus conocimientos
musicales de manera admirable.

Siendo cadete, cada vez que obtenía permiso, asistía a la
ópera a la que entonces había una notable afición en el
México de su tiempo.
Llera poseía el don de memorizar con suma facilidad
aquellas partes de las obras que más le gustaban con solo
escucharlas una sola vez y, como era dueño de una hermosa
voz, disfrutaba luego interpretándolas a la perfección, y
como los mejores cantantes, en reuniones de amigos.

En cierta ocasión en que estaba en la capital de la República
una compañía italiana de ópera que hacía una temporada
en el Teatro Nacional se enfermó el barítono titular. El
director de la compañía ante el hecho estaba profundamente
angustiado ya que no tenía con quien substituirlo.
La ópera programa era “Aída”. Un amigo de Llera que
tenía relación con el director, al ver a éste tan atribulado,
le dijo que conocía a un joven mexicano que podía sacarlo
de aquel gran apuro, ya que cantaba estupendamente y,
además, se sabía la obra de memoria.
El director, aunque con natural desconfianza, mandó llamar
a Felipe. Después de ensayar con él quedó gratamente
impresionado de su voz y, de inmediato, decidió contratarlo.

Llera obtuvo un indiscutible éxito y, de un día para otro, su
fama recorrió, no nada más la ciudad de México, sino todo
el país.
Tras cantar en “Aída” lo hizo en “Fausto”. La consagración
del joven cantante mexicano fue definitiva.

Su destino cambió por completo. El cadete, que a su vez
trabajaba como profesor de educación física, fue propuesto
para que viajara al extranjero con el fin de que desarrollara
sus facultades.
Él, inopinadamente, declinó la invitación con gran sorpresa
para todos. ¿Qué fue pues lo que lo motivó a ello?
Felipe Llera, sencillamente, adujo que él en realidad lo único
que deseaba era interpretar y difundir la canción mexicana y,
por tanto, se quedaba en México.
Y así fue: Felipe Llera se quedó en México y fue el primero
en interpretar en los salones de la alta sociedad de su tiempo
música genuinamente mexicana, “rompiendo la injusta
tradición, como acentuó en su día Hugo de Grial, que había
eliminado de los salones de la sociedad mexicana la música
de autores nacionales.”

El éxito de Llera con las composiciones nacionales no se
hizo esperar.

Poco después contrajo matrimonio con la mezo-soprano
Julia Irigoyen. Ella, a más de cantar, tocaba excelentemente
la guitarra y el salterio.
Unidos formaron un dueto que hizo historia y que llevó
a lo ancho y a lo largo del país la música nacional.

En plena Revolución de 1910, Julia y Felipe, recorren
la República difundiendo las mejores canciones de entonces.

La pareja viajaría a Cuba y a Estados Unidos obteniendo
estruendosos éxitos e interpretando canciones de Lerdo
de Tejada y Mario Talavera con letras de Amado Nervo.
Felipe y Julián, que fueron personas muy cultivadas,
tuvieron entre sus amigos a los mejores poetas de México,
como José Juan Tablada, e hicieron de la música, la poesía
y la amistad su diario alimento,consagrados por completo
al arte y al amor.

La música mexicana comenzó a ser conocida en numerosos
países.

A la edad de 65, cuando al parecer Felipe poseía una
estupenda salud y preparaba con Julia una gira por el
Estado de Veracruz, repentinamente, el día 6 de septiembre
de 1942, lo sorprendió la muerte.
México entero lloró su irreparable pérdida recordando su
obra en favor de la difusión de la música nacional y
también sus bellas canciones, algunas muy populares en su
época e inolvidables y presentes en la memoria viva del
México entrañable, como, por ejemplo, “La Casita” o
“El Sarape de Saltillo”.

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