EL SÍNDROME DE MIDAS
Francisco José Segovia Ramos
Granada
El helado es un pene erecto y deseable, y el calor, una excitación sexual. Las bebidas alcohólicas son magníficos escaparates de cuerpos perfectos y alegres, nada panzudos ni amorfos. Las otras, las bebidas “light”, colas, naranjadas, y demás horteradas, son trasuntos de drogas que, son tomadas sin ningún efecto colateral.
Los detergentes son científicamente perfectos; inteligentes seres que devoran las manchas (y parece que hasta el color, porque siempre lavan “más blanco”). Un coche es una casa, o una mujer, o una dimensión desconocida y siempre, indefectiblemente, navega por paisajes idílicos donde el arrullo de las mariposas es su única compañía. Un coche siempre es conducido por un atractivo hombre, o una bella mujer, o un matrimonio feliz que sonríe viajando por carreteras inmaculadas y vacías de tráfico. Las colonias son atractivos frascos llenos de poderosas feromonas que atraen, irremisiblemente, al sexo opuesto -¡ay, Jack, ¿dónde te metes?!- Los desodorantes, tres cuartas de lo mismo. El champú y los jabones simulan nuestros labios, que besan cuerpos que se bañan desnudos para demostrar la perfecta sincronía de cuerpos y productos de higiene.
Los juguetes son seres vivos, que juegan con los niños. Toda la música, todas las colecciones de libros, todos los productos “culturales”, son imprescindibles. La posesión es poder. El poder es prestigio. El consumo desaforado ha convertido lo accesorio en necesario, lo vulgar en sublime, lo ridículo en obra de arte. El Mercado se ha transformado en un nuevo Midas, transformando todo lo que se puede vender en “oro”. Pero Midas murió de hambre al no poder comer ni beber porque todo lo que tocaba se transformaba en el dorado metal: en su propia obsesión encontró su trágico fin.
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Hace 9 horas
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