sábado, 16 de abril de 2011

POEMAS Y TEXTOS

MEMORIA

Ahí donde el olvido
no existe para nadie.
Ahí donde el recuerdo
permanece por siempre
intacto y puro.
Ahí donde los reyes
y los súbditos son
sencillamente iguales.
Ahí, exactamente ahí,
en las entrañas de la luz,
en donde todos somos
luz de luz
y el olvido y las sombras
jamás han existido.
Ahí tengo mi hogar.
Ahí tengo mi sitio,
el sitio real de todos y de todo.
Memoria irradiadora
de vida vivamente enamorada.

ACACIAS

Las acacias en flor,
la flor de las acacias,
el hambre de aquel niño.
El hambre, el hambre,
el hambre
la saciaba aquel niño
con racimos de acacias.
Sí, eran tiempos de hambre,
de estómagos vacíos,
en aquella mi amada Andalucía
en donde, por fortuna,
gran fortuna, abundaban
las hermosas acacias
que, en flor dulce de vida
y blancas de inocencia,
le paliaban el hambre
a los niños hambrientos como yo.

ESTOY

Estoy de veras triste y angustiado,
física y metafísica me matan,
pues los determinismos me delatan
y me siento hasta el alma esclavizado.

No hay salida posible, vivo atado
a estos huesos que a diario desbaratan
su propia paradoja mientras atan
mi sombra a su dolor desesperado.

Estoy triste, muy triste, pues comprendo
que no comprendo nada de este burdo
espejo en que envejezco cada día.

Y es por eso, ya ves, que nada vendo,
que nada compro, pues, en este absurdo
mercado del vivir que es mi agonía.

VISION DIVINAL

Para el poeta hermano Emilio Jiménez Díaz,
en Sevilla.

Los dioses niños jugaban
con los universos ciegos
a ver y a no ver. Los dioses
eran niños y perversos.
La perversidad reinaba
en todos los universos,
que era una perversidad
el olvido y, el recuerdo,
contra todo lo olvidado,
era perverso en extremo.
La verdad y la mentira,
en la luna del espejo,
se confundían entre sí
y lo evidente era incierto.
Que era incierto lo evidente
en los universos ciegos
donde jugaban los dioses
niños sus perversos juegos
con divinal inocencia
y celeste encantamiento.


MORERAS

Para José Luis Jiménez, en Andalucía.

En las moreras las moras,
en las moreras las hojas,
en las moreras la seda.
Moreras de Andalucía.
Andalucía y las moreras.
Me acuerdo del mes de mayo
y mis gusanos de seda.
Me acuerdo del niño aquel,
de aquel niño que yo era
sorprendente y sorprendido
y rebosando inocencia;
que aquel niño,
aquel niño que yo era,
aquel niño
irradiaba a vida plena
alegría,
lo mismo que las moreras
de Andalucía,
que eran bellamente bellas,
como las jugosas moras
y las tiernas hojas verdes
y mis gusanos de seda.

EL JUEGO

Para Elisa Santos Donaire, en Triana.

Que la vida sigue aquí,
la vida nunca se va,
la vida jamás se acaba,
que la vida siempre está;
que está aquí siempre la vida
y no deja de soñar;
que la vida jamás deja
de llorar y de cantar;
que no deja, que la vida
nunca deja de ser ella,
y ella es ella porque es ella,
como es ella y muy ella.
Ella, ella, ella, ella,
la vida, que siempre ha sido
y siempre y siempre será;
que la vida nunca deja
de asombrarse y de asombrar
y no deja y nunca deja
de crear y recrear;
que no deja, que la vida
nunca deja de jugar,
que es la vida un juego, el juego,
ese juego de nunca y nunca acabar,
ese juego que jamás y jamás nunca
deja y deja de jugar y jugar
y jugar...

Juan Cervera Sanchís

TESTIMONIO

JAVIER SOLÍS, LA VERDAD DE SU MUERTE


Por Juan Cervera Sanchís

Javier Solís nació en Nogales, Sonora, en 1931. Dejó de existir
el 19 de abril de 1966. Se cumplen cuarenta y cinco años de su
muerte. En relación con su muerte circularon y siguen circulando
toda clase de versiones. Se dijo que fue motiva por haber hecho
el amor y también porque se quitó la sonda, se levantó de la
cama, fue el año y bebió agua, pero ¿de qué murió realmente
Javier Solís en el hospital Santa Elena de la Ciudad de México?
Su viuda, Blanca Estela Solís, nos lo cuenta:
-Año y medio antes de su fallecimiento ya manifestaba el
padecimiento en la vesícula. Él tenía mucho miedo que su mal
sólo tuviera remedio con una operación quirúrgica. Javier tenía
terror al bisturí. Fue por eso que consultó a varios médicos
y se sometió a rigurosas dietas. Su médico de cabecera, el doctor
Trillanes, lo fue llevando bien con sus dietas. Él seguía con su
trabajo normal, pero a finales de 1965 su mal se agravó. Recuerdo
que estaba terminando la película “Los Tres Mosqueteros de
Dios” y sufría tremendos dolores. Consultó entonces a un médico
de Puebla que le recomendó reposo absoluto. No que estuviera
en la cama, sí que evitara hacer esfuerzos. Le dio a tomar un
medicamento que él preparaba. Javier empezó a sentir una gran
mejoría. Los cólicos desaparecieron y al orinar empezó a arrojar
disueltos algunos cálculos. Para su desgracia comenzó a filmar
la película “Juan Pistolas”. Esto lo obligó a cabalgar y hacer
esfuerzos indebidos. Tuvo que levantar a un supuesto muerto
en dicha película, junto con Eleazar García “EL Chelelo”. Fue
entonces, según me contó, que sintió que algo se le deslizaba
dentro de su estómago. De inmediato le volvieron los dolores.
Agobiado por el trabajo se olvidó de su salud y nada más terminar
La película hizo una gira por el Pacífico con la Caravana Corona
Extra de los Vallejos. Estando en Mazatlán se sintió tan mal que
ya no pudo seguir. Decidió volver a México.
-¿Qué sucede con Javier Solís al retornar a México”. Blanca
Estela Solís nos responde:
-La señora Marta Vallejo le presenta al doctor Francisco Zuviría.
Éste le recomienda internarse un día completo en el hospital para
que le practiquen cuantos estudios sean necesarios. Esto fue el
martes doce de abril del 1966. Tras estar todo el día en el hospital
llegó a la casa a las nueve de la noche. Lo vi muy angustiado.
Me mostró la radiografía donde se veía que los cálculos estaban
ya fuera de la vesícula. Él diagnóstico era operación urgente.
Sólo había que esperar a que se desinflamara un poco. Recuerdo
que me dijo:
-A mi no me da miedo la muerte, si me preocupan mis hijos.
Esta plática fue a las diez de la noche. Se tomó un té de manzanilla
que mi madre le preparó. Se retiró a su recámara a descansar.
Dos horas después sufrió un cólico espantoso. Fue cuando
decidió internarse en el hospital. A las siete de la mañana del trece
de abril lo estaba operando de urgencia el doctor Zuviría. A
las cuatro de la tarde tuve, después de la operación, mi primera
plática con él.
-¿Qué le dijo?
-Me dijo que le seguían los dolores. El doctor prohibió las visitas,
pues Javier estaba sumamente agotado. A partir de la operación
su recuperación fue muy variable. De repente amanecía bien
a secas. Estuvo siempre con sondas. Se alimentaba mal. Había
perdido el apetito. Necesitaba tomar líquido, debía drenar.
-A propósito de drenar, ¿qué hay de cierto de que murió debido
a que bebió agua?
-Eso es una patraña.
-También se dijo que le perjudicó el haber hecho el amor en
las condiciones en que se encontraba.
-Otra gran falsedad.
-¿Cuál fue, Blanca Estela, la causa real de la muerte de
Javier Solís?
-Como te dije fue operado el trece de abril, que era miércoles,
y falleció el martes diecinueve de abril a las cinco cuarenta
y cinco de la mañana. Siete días en que no logró recuperarse.
A veces deliraba y decía:
-Traerme el caballo, y tú, Miguel, no dejes que me peguen.”
Se refería a Miguel Mendoza “El Popochas”, que era su
Secretario. Estuvo siempre, día y noche, desde que se internó,
a su lado, junto con el papá adoptivo de Javier: Valentín Levario
Plata. Recuerdo que otras veces me decía que no veía nada. Yo
mandaba llamar al médico para que me explicara por qué le
pasaban esas cosas. El doctor me dijo que no se explicaba esas
reacciones, pues según él estaba en franca recuperación. Días
antes de morir le llevé a sus hijos: Gabriel y Gabriela. Él hizo
el intento de cargarlos. El médico se lo impidió. Recuerdo que
el lunes por la mañana, al llegar yo al hospital, el médico me
informó que Javier había amanecido muy bien y me comunicó:
-El jueves lo damos de alta.
Al entrar al cuarto lo vi realmente muy bien. Le habían retirado
las sondas. Estaba masticando hielo, que le daba una de las
enfermeras. Conversamos un rato. Hicimos planes. Nada más
saliendo del hospital nos iríamos a Acapulco a terminar de
recuperarse. Todo esto fue el lunes dieciocho de abril. Al día
siguiente mi hermana Tere Avitia pasó a las cinco de la mañana
a recogerme a casa para ir volando al hospital. Valentín le había
avisado que Javier se había puesto mal.
-¿Qué pasó a llegar al hospital?
-Me encontré con Valentín Levario, que me dijo: “Ya murió
mi hijo”. Yo corrí hacia el cuarto. Me encontré al doctor Zuviria
junto a Javier, que me dijo:
-Señora, con el corazón no contábamos.
-Blanca Estela, ¿de qué murió realmente Javier Solís?
-El diagnóstico médico lo certificó así: “Desfallecimiento
cardíaco, desequilibrio electrolítico (colecistectomia)”. De
eso fue de lo que murió.
-¿Qué recuerda de especial a los cuarenta y cinco años de
su ausencia?
-Muchos proyectos que no se consumaron. Las ilusiones que
compartimos y que no llegaron a concretarse. Me gusta leer sus
cartas. Guardo cuarenta cartas suyas, veinticinco telegramas
y treinta tarjetas postales. Era un hombre muy amoroso, muy
apasionado y muy celoso.

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