Ya han pasado muchos meses desde aquel lejano día en que decidí mirar al cielo en busca de la ayuda de los astros; aquel día en que me dirigí al ancho firmamento con implorantes palabras, rogando una respuesta, una salida a mi desafortunada existencia; recobrar la esperanza y volver a sonreír, o recibir la muerte como mi único alivio.
Una noche de luna llena me encaramé a lo alto de una montaña solitaria, azotada mi cara por gélidos vientos. Volví a levantar la vista hacia el infinito y esperé durante un largo rato, mientras escuchaba el agudo silbido del aire, que cruzaba raudo y me golpeaba las mejillas. Al cabo de un momento su carrera empezó a ralentizarse, hasta que se convirtió en una suave brisa que me acariciaba agradablemente. Entonces fue la primera vez que te vi; tu rostro aparecía nítidamente dibujado sobre la faz de la luna. Nunca antes la luna llena me había parecido tan hermosa, con una sonrisa tan bella como la que vi en aquel breve instante; con unos ojos pardos que resplandecían y daban al satélite un brillo mayor al habitual; con esa mirada que me hipnotizó y desde el primer segundo me hizo suyo; con esa oscura melena de ondulados cabellos que danzaban al ritmo que marcaba la brisa.
Entonces invoqué al gran astro; le pedí que me hablara de ti, que te trajera a mi presencia para poder conocer al ángel cuyo rostro veía reflejado en ella. Selene fue benigna; se apiadó de mis palabras y me reveló cuanto sabía: eras una mujer excepcional, llena de ternura; una encantadora sirena que destilaba romanticismo por sus letras, todo bondad, todo sinceridad, sensible y apasionada. Aquél fue el momento en que decidí hacer mi pacto con la luna. Ella te traería a mi vida y me permitiría conocer a tan virtuosa mujer, codiciada por los dioses; a cambio, yo le rendiría culto, para que no te dejara escapar mientras me quedara un soplo de vida.
Fue así como llegaste. Para mi asombro, pude comprobar que cuanto me había dicho Selene era cierto; y acaso al soberbio satélite le hubieran faltado palabras para describir a la maravillosa mujer que entonces conocí. Desde luego, olvidó mencionar tu preciosa voz, que como una dulce melodía me cautivó y me arrancó anhelantes suspiros. Escuchar esa relajante melodía que brota de tus labios me devuelve la calma y aplaca mis miedos, mecido por ese agradable susurro que me transporta a otro mundo de paz y de grandes sentimientos. Desde entonces te llevo en mis pensamientos, y con frecuencia evoco ese tono pausado y dulce que me hace entrecerrar los ojos y dibuja una sonrisa en mis labios.
Mas no me di por satisfecho. Tras conocer mujer tan especial empecé a adorarte. Regresé a la montaña y le pedí a la luna que me dejara tenerte siquiera en mis sueños, para que tu voz no me abandonara ni un instante, y que cuidara del ángel que me había devuelto la vida. Desde esa noche nuestras almas se encuentran en el mundo de Morfeo cuando abandonan sus cuerpos.
JAVIER GARCÍA SÁNCHEZ
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