Te espero en cada tarde de domingo
para regalarte mi brazo
tras fundir nuestros cuerpos con un respingo
en el más profundo de los abrazos.
Vestido con mis mejores galas,
vigilo la calle desde el quicio de la puerta
esperando verte llegar predispuesta
a regalarme tus alas.
Esas que me harían volar
hasta donde humano alguno pudo llegar;
hasta tocar el mismísimo cielo
mientras mi mano roza tu piel con anhelo.
Mas se rompen las entrañas de mi alma
cuando veo la calle vacía y calma
y que ni de cerca ni a lo lejos veo
el alegre balance de tu contoneo.
Y aflora entonces la perla de agua salada
cuando giro la cara y vuelvo a mi morada,
a seguir soñando en un futuro que aunque incierto
nunca me resignaré a que esté muerto…
Isidoro Giménez
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