Ruez sabe que es su última vez caminando entre los gabinetes. Se detiene frente a la consola y con tranquilidad mira la vincha-interfaz pero decide usar un viejo teclado.
Ruez teclea la clave de cien caracteres que le permite el acceso.
—Conecte la interfaz neural.
El hombre sigue tipeando. Él descubrió la manera. ¿Cómo combatir el crimen y eliminar los contenidos ilegales de la web profunda? Controlando el contenido de la mente de todos los usuarios, de todo el mundo.
—Ingeniero Ruez, usted tiene acceso al sistema. Hace noventa horas que no actualiza su análisis cerebral. Por ordenanza del Supremo, los ciudadanos deben realizar sus escrutinios cerebrales, como máximo cada 72 horas. Inicie procedimiento o será detenido.
—No —responde Ruez.
El sistema tarda unos milisegundos en activar la alarma. El ingeniero sabe que tiene exactamente cinco minutos para que los lo detengan. Tecleando, salta de sistema en sistema por esos lugares que
no aparecen en los buscadores, por reductos de libertad e intimidad que el perverso sistema llama Red Profunda y que busca eliminar.
En cada salto, el ingeniero activa programas y se comunica con compañeros. Inició la revolución.
Destruirán al sistema aunque sea su sentencia de muerte.
Un androide que entra en la sala, le sentencia mientras le apunta con un arma:
—Por terrorismo contra el sistema se lo condena a la desactivación.
Ruez apenas siente el disparo del arma.
Mientras muere ve, con unas sonrisas, como empiezan a humear los gabinetes.
Daniel Antokoletz Huerta (Argentina)
Publicado en la revista digital Minatura 148
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