“Y me encerraste a morir entre los muros. Distante de tu rostro alucinante.
(Y no le quise decir a mi madre que vivir en esta casa desierta
es condenar una puerta para impedir mi salida).
Pero tú estabas sin vida y yo gritaba: ¡despierta!”
Ronel González Sánchez.
He podido emigrar de mis antojos,
darle a la libertad su rosa blanca
y ser esa gaviota que se arranca
la venda traicionera de los ojos.
No he de pactar ocultos desalojos,
la mente se aprisiona turbulenta
y detrás de la fe el dolor se inventa
un camino de avispas y escorpiones.
(No me queda lugar para ilusiones
y me encuentro al final de la tormenta).
El viaje es un destino sin derrota,
las plumas no disgustan su letargo
más punza su licor fogoso, amargo,
en el ferviente sueño de ala rota.
Con sus nubes el aire es agua ignota,
nos sirve como elixir de los dioses
que saltan las fronteras, más no oses
en descubrir su copa de tormento,
disgustan su altivez en el lamento
y no quieren vivir humanos roses.
Si libre me obsesiona la abstinencia
de conocer los potros y los ríos
es que oculto dañados desafíos
que sobran de la duda y la demencia.
Trotar tiene su clase, leve urgencia
que enloquece a través de los caudales;
disfruto de mi casa los vitrales,
el techo de sorpresa y de conjuro.
La libertad es campo del futuro
donde deben purgar todos los males:
el odio, la mentira, violaciones,
el robo, el desacato y el engaño,
la doblez, el mutismo, hasta el regaño…
todos deben sufrir las maldiciones.
De Dios han de llegar sobrias unciones
para los seguidores de perfidia.
El hombre hace mutismo en cada lidia;
son tantos los pecados en lo inerte
donde Judas prefiere toda muerte
antes de echar sus ojos a la envidia.
Ser libre es no chocar con las fronteras,
saltar humildemente de los muros,
no esconder nuestras ansias, los apuros
de hacer del Universo mil maneras
donde vivir sin más enredaderas,
ni bejucos secándonos el alma.
El árbol tendrá flores en la calma,
el aire vibrará su tierno aviso
y Dios debe brindar el Paraíso
donde la libertad su luz ensalma.
Libre de todo grito, sin querella,
con el mar seduciendo cada ola
en la voz de adulzada caracola
que tiene libres pactos con la estrella.
Mar abierto, sin cruces ni centella,
negando la acechanza y falsedades
donde brotan humildes voluntades.
(Es la insularidad que fuego estalla,
nademos libremente por la playa
hasta juntar en Dios nuestras mitades).
Del libro Fantasmas Insulares de
Odalys Leyva Rosabal -Cuba-
Publicado en la revista Oriflama 25
No hay comentarios:
Publicar un comentario