Allí estaba el lago verde
pero tenía prohibido
acercarme a él sin autorización
y ésta no se concedía habitualmente
a nadie de mi categoría.
Si iba sin permiso
desconectarían mis circuitos
para siempre y me abandonarían
en el taller sin fecha de reparación.
Di unos pasos hacia el lago verde
pero una mano me detuvo.
Era G-24 mi admirada compañera.
Me obligó a volver a la nave central.
Hoy no vería el lago verde
y me libraría de ser desconectado.
De nuevo me aburriría,
en mi habitación, leyendo
libros que no me interesaban.
¿Qué había en el lago verde
que no querían que viéramos?
Mi imaginación se excitaba
con tan disparatada prohibición?
Aquella noche me dormí
con la idea de buscar la manera
de cruzar el puente de piedra
que conducía al lago verde.
JOSÉ LUIS RUBIO
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