Para disfrutar enero en Buenos Aires,
a pesar del calor subtropical,
conviene que aguces el oído.
Hay mucho menos tránsito,
menos ruido.
Y eso permite leer
en los balcones con la fresca.
Pasear por el parque de Palermo
sintiendo que es un parque.
Si prestas atención,
en algún momento cierto,
descubrirás un par de cardenales,
buscándose comida
a los saltitos por el pasto.
Puede que la suerte te sonría
y veas también algún pichón,
generalmente el penacho aún no es rojo rubí
sino sepia o ladrillo,
después pareciera que el color
virara hacia la sangre.
Te recomiendo, además,
que entres al Rosedal y hacia la isla:
hay pocas garzas blancas,
sólo algunas volando cielo arriba,
muy lejos de la fronda,
pero, en compensación,
en enero, sólo entonces,
puede que descubras una sabacú
o tal vez una real, o una mora,
tienen alas gris verdoso
y sólo blanco el pecho,
pero una línea de tiza vibrante
les cruza la cabeza negra,
mira con cuidado entre las ramas
porque estando quietas
se funden con el árbol.
También hay un arbusto
de hojas ovales y brillantes
de un verde muy oscuro,
almenado de flores blancas por decenas,
parecen gardenias con pocos pétalos,
y completamente abiertos
como margaritas,
eso sí, sin aroma.
Búscalo con el busto de Darío,
en el jardín de los poetas,
no podés confundirte,
la planta lo rodea en homenaje.
La última recomendación es culinaria:
a mediados del mes
aparecen las ciruelas Santa Rosa
en sazón y son una delicia,
aprovéchalas,
suelen durar una o dos semanas
y desaparecen hasta el año próximo.
No sé si las exportan o qué
sucede pero presta atención,
no hay postre que se iguale.
Y sobre todo recuerda:
apunta con tus ojos hacia el cielo,
la luz es una gloria a cualquier hora.
Con tiempo despejado o entre nubes
y aún por las noches
el aire flota tan dulce…
que casi las ciruelas se imaginan.
Del libro “Balandro” de
GRACIELA PEROSIO -Argentina-
Seleccionado por Rolando Revagliatti
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