Me giré rápido, aunque se me hizo una eternidad. El terror paralizaba o ralentizaba cada uno de mis movimientos. Pero mi temor se volvió real al mirar a aquel pringado a la cara, mientras sus enrojecidos ojos se me clavaban como si estuviese desnudándome. El imbécil de la camiseta de papel cebolla me había seguido. Menudo valiente, que espera que no haya nadie para abordarme, cuanto más indefensa mejor. Trato de soltar mi brazo, pero es imposible, apenas puedo moverlo.
-¿Vas de estrecha?- me dice el baboso.
Sé que estoy en un lio, realmente no estaba preparada para esto, no lo necesitaba en mi vida. Quiero llorar pero recuerdo una y otra vez las palabras de mi madre: “Si te ven débil te atacan sin piedad”, ojala estuviese ella aquí en este momento. Y encima se me está haciendo tarde, seguro que estará preocupada, ojala salga a buscarme. El baboso se me abalanza intentando besarme. Qué horror, que mi primer beso sea a la fuerza. Qué asco. Forcejeo con él. Me coloca las manos sobre la cabeza apretándomelas fuertemente sobre el muro del puente. Ya lo doy todo por perdido. Cierro los ojos y la presión sobre mis manos desaparece repentinamente. Cuando los abro le veo agarrándose la entrepierna con fuerza. Estoy confusa, no sé qué ha pasado. Cuando cae al suelo entre quejidos de dolor, acierto lo sucedido. La figura de Óscar está tras él. Le ha dado una patada enorme donde más le duele. Me sonríe y agarrándome de la mano, me lleva corriendo fuera de allí. Casi sin aliento nos encontramos frente al portal de mi casa. No hemos cruzado ni una sola palabra. Nuestros gemidos dan lugar a una especie de risa nerviosa. Sus ojos vuelven a brillar espectacularmente. Sé que esto le traerá consecuencias, él también. Abro la puerta del portal avergonzada y muerta de miedo por su seguridad. Me giro.
-¿Me mandas un sms cuando llegues a casa para saber que estás bien?- le medio susurro.
Asiente con la cabeza. Empieza a caminar lentamente de vuelta a casa, cuando está a la altura de la farola más próxima le llamo, sin querer, sin buscarlo. Dejo la puerta entornada y corriendo en un arrebato insólito me abalanzo sobre él y rozo sus labios contra los míos. Ese era justo el primer beso que quería recordar… el que nunca he olvidado.
ANNA LAFONT
Seleccionado por Martín Molina García
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