El silencio del agua se filtra entre los verdes de lujuria.
El faro duerme su noche profunda atenazando el despertador de las estrellas.
Rumores de cantos antiguos en el amanecer de las nubes que sudan soles de
septiembre calmo.
Nada perturba el duermevela de las olas, ni el desayuno omnívoro de los habitantes
del sueño, que reclaman, sonrientes, su porción de vida nueva.
Baños de vapor y sauna en el intermedio de las voces que van adornando las
palmeras de la mañana: sacrificios de piel ardiente en las villas con doseles fenicios.
Y cerca del cielo, en la montaña reconvertida en elegante reducto de aguas calmas,
en olorosas piscinas de azahar y magnolios, se palpan los intervalos con los que los
azules juegan a ser horizontes de olvido:
aquí nadie llora el hambre de la tierra, aquí no se escucha el sonido amargo de la
sangre traicionada, aquí no huele a pólvora insurrecta ni a destierro...
Del libro Hojas de Menorca de
Luis E. Prieto
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