Condensada en un beso, abre la noche su cola de sugerencias y en su extremo oscila,
al viento que sólo sopla en mí,
un fleco luminoso cada vez más mortecino.
En la ventana, un atlas sin rasgos que, calamitoso, desliza oscuridades,
subiendo y bajando,
danzando a la grupa del hilván quebrado donde se desdice el humo de mi cigarrillo.
Una crecida visión, un lienzo deforme que humedece los alrededores con óleo negro,
con el cutis de la noche, cual reclamo del artista desde el caballete vacío,
acallado por el bullicio esperpéntico del latido en trance de una verbena en alegría estival.
Luego, el sueño,
ese libro que nos cortó las venas para mostrarnos a expensas de la balanza de Atropos,
cuando habitamos sin cuerpo y el alma se estructura al borde del precipicio.
La noche nos sobrevive.
MANUEL JESÚS GONZÁLEZ CARRASCO -Madrid-
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