Ayer, el fuego se hizo dueño de la tierra
calcinando la cordura de los hombres:
Altas torres de un humo envenenado,
llanuras alfombradas de cadáveres,
y una triste verdad que nadie pronunció.
Hoy se elevan de nuevo las águilas oscuras
ensombreciendo los destellos de la aurora.
Sus negras alas cubren de horror el firmamento
y rompen en pedazos el canto de los ángeles.
Mañana, el sanguinario ciclo recomienza:
Caerán devastados los templos milenarios;
perecerán sin solución los niños y sus madres
mientras buscan un pedazo de pan entre las calles
o el recuerdo de un tiempo que nunca conocieron,
o siquiera una razón para tanta barbarie.
Así, el odio se instalará definitivamente
en los hambrientos corazones de los supervivientes
que no han de conocer más paz que la insidiosa muerte,
ni otra forma de vida que el eterno destierro.
¡Detén tu vuelo, pájaro maldito!
Cesen tus alas de manar metralla,
que el cielo no se hizo para tu sed de sangre
ni la tierra merece tus heces asesinas.
¡Detente! No permitas
que tus alas se tiñan con la sangre inocente.
No levantes el vuelo, águila homicida,
que el llanto de las viudas y los huérfanos
ha de ulcerar los mares con la sal de tu infamia.
Detente, ave insaciable,
antes de mancillar el nombre de tu raza,
que un sólo muerto es un insulto hacia los dioses
y el exterminio de un único árbol
es causa de vergüenza para el cosmos.
Del libro El horizonte traicionado de SERGIO BORAO LLOP
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