La harina del tiempo es muy intangible. Es amasada en el aire, en el mismo aire que se respira, el aire que se hace viento y se impone a la voluntad de los planetas. Ella lo sospechaba la tarde en que fue al cementerio a revolver recuerdos siempre confusos. Ella contaba sus recuerdos como figuritas y nadie la contradecía en la soledad blanda de su departamento o en el largo camino al cementerio en aquel colectivo rechinante. Una tarde miró la tumba vecina en la que otra mujer musitaba palabras inaudibles. La cabeza gacha, un poco inclinada sobre sus rodillas. Ella vio a la mujer y contempló la tumba casi igual a la suya, pulcra, cuidada. Se vio a sí misma en la mujer como en un espejo inmenso donde la tierra era apenas un planeta diminuto. A partir de aquella tarde empezó a amasar nuevos recuerdos que partían de ese presente transformado en reciente pasado: la tarde, el cementerio, las dos tumbas. Qué extraña es esta vida, se dijo, el tiempo se mezcla con lo que no debiera. Es como el aire. Y respiró profundo, profundo. El tiempo dio un revés dentro de ella misma y se plegó mil veces y después reanudó su marcha.
IRMA VEROLÍN -Argentina-
Publicado en la revista Gaceta Virtual 74
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