jueves, 19 de abril de 2012

LLUVIA


(I)

Te vi en la esquina el día en que, maltrecha
de viento y lluvia, de esperar rendida,
confiabas, al pie de la avenida,
que las nubes abrieran una brecha.

La lluvia, intimidad que nos estrecha,
imponiendo esa zona reducida
bajo el paraguas, que a la vez convida
a ensanchar los confines de una fecha.

Me acerqué a ti. La tarde estaba triste.
Te ofrecí compañía. Sonreíste.
Y aceptaste el apoyo de mi brazo.

Vagamos a la luz de las farolas,
sorteando los charcos en cabriolas,
y en torno nuestro se enredaba un lazo.

(II)

Llevas truenos al hombro todavía,
y son húmedas nubes tu ropaje;
mas sigues junto a mí. Ya no hay paisaje
de orfandad por la calle. Hay cercanía.

Tu autobús, en retraso, presentía
mi paso junto a ti, y en su lenguaje
de viejo comprensivo, ‘Es tu viaje’,
me telegrafió con picardía.

De las mil circunstancias del destino,
ésta me tocó en suerte, y ya no atino
a andar bajo el paraguas en tu ausencia.

No te vayas, mujer. Siga lloviendo,
mientras tu dimensión me va envolviendo,
que tu brazo es aval de pertenencia.

(III)

Llegamos a tu puerta. Tu semblante
se entenebrece, y en tus ojos veo
la tenue luz del íntimo deseo
de que se hallara mucho más distante.

No sabes qué decir por un instante,
mas al fin, tras ligero titubeo,
me invitas a subir. Qué burbujeo,
al fondo de mi entraña, espumeante.

‘Sólo un café, que temple y agilice
los miembros ateridos.¿Quién nos dice
si brindará el azar otra ocasión?’

Y hubo café. Y hubo también un beso.
Y hubo tal engranaje que confieso
no recordar el plano del salón.

(IV)

Amaneció sereno y soleado,
como tal vez el mundo al sexto día,
cuando, ingenua y desnuda, descubría
la primera pareja su bocado.

La lluvia, siempre triste, había atado
dos cuerpos y almas, e ida, aún mantenía
dentro de ambos la mágica alegría
de que antes no la hubiéramos dotado.

En nuestro propio Edén del cuarto piso,
desnudos e inocentes, de improviso
nos vimos como tal, y sonrientes.

Nadie nos arrojó en vergüenza y furia;
porque los vivos cantos de lujuria
se vestían de ritmos trascendentes.

(V)

Tiempo ya de partir. Hora maldita,
de nuestra intimidad interruptora;
momento amargo, en que el dolor aflora,
dulce nostalgia al gozo circunscrita.

La lluvia, al regresar, nos resucita
al júbilo de ayer, y corrobora
cada acción y palabra que devora
la piel de los recuerdos que suscita.

Un día lloverá. Y aunque habitemos
en dos mundos ausentes, viviremos
otra vez, de algún modo, lo de aquí.

Yo cerraré el paraguas, y elevando
mi rostro al cielo, me estaré empapando
de un aguacero con sabor a ti.

(VI)

Radiante el día, y a la vez tan triste.
No me deleita ya esta primavera.
Quieres venir conmigo por la acera,
bajo el paraguas, como ayer viniste.

Mas hoy a pleno sol. Tal vez no existe
desvarío mayor, y se apodera
del gentío esa risa tempranera
de quien supone, mas no entiende, un chiste.

Y nada entre los dos era más serio.
Los demás ignoraban el misterio,
y la complicidad, de tal acción.

No fue simple despliegue antojadizo;
mas redescubrimiento del hechizo
de nuestra propia transfiguración.

(VII)

Y a la orfandad volviste de tu casa,
volviéndote a mirarme tantas veces.
Te alejas, sí, mas no te desvaneces;
no se extingue el calor, queda en la brasa.

Es el amor sublevación que arrasa
cuanto encuentra a su paso, y tú me ofreces
peligro y convulsión, y me estremeces,
mas quien pierde en él, vence, no fracasa.

He aprendido tus puntos más genuinos,
y a ellos regresaré, por los caminos
que hacia tu íntimo entorno me has abierto.

No soy ya aquél que hace unos días era,
pues de mí tu trasfondo se apodera,
y a la vida, a tu vida, me despierto.

(VIII)

Llegué sin ti, y contigo, a la oficina,
tú tan parte de mí como mi aliento;
emergías en cada documento,
en cada pasadizo, en cada esquina.

Todo de tu figura se ilumina,
todo lleva tu aroma y movimiento,
y no me queda ya más pensamiento
que el que viene de ti y en ti termina.

Debo escuchar tu voz, la necesito;
y al intentar llamarte, casi grito
de angustia, al no saber dónde estarás.

Esperar a las cinco de la tarde…
Tantas horas, oh Dios, para quien arde
en esta viva llama que me das.

FRANCISCO ÁLVAREZ HIDALGO -Los Angeles-

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