A mi primo Pepillo Ramírez
Sanchís muerto repentinamente
en Sevilla hace unos días.
Créeme que te envidio
a la vez que te lloro.
Créeme que imagino
que tú te estás riendo de la vida,
y también de la muerte,
y de nosotros, los que aquí,
todavía, seguimos sin saber
a ciencia cierta
de qué se trata esto
de vivir y morir al mismo tiempo.
Créeme que te envidio.
Créeme que quisiera
una muerte tajante
al igual que la tuya,
pues creo sinceramente
que es un privilegio poder morir así,
sin previo aviso y de un día para otro.
A mi edad me permito
decir, y hasta escribir,
para dejar constancia, lo que pienso.
Y créeme que pienso que morir
de repente y evitar la cama,
y la triste tristeza del hospital,
y la desolación de una larga agonía,
es un favor del cielo.
Digámoslo sin más así, Pepillo.
Ojalá que mi muerte,
que ya no está tan lejos,
sea una muerte con botas, no en pijama.
Créeme que es lo que siento y lo que pienso
a estas desencantadas alturas del cotarro,
que es mi vida en vertiente
y sin dinero y casi sin amigos,
o amigos tan fregados como yo.
En fin, Pepillo, en fin,
ríete tú de nosotros desde ahí,
que dignos somos, sí, de risa
y compasión, sin duda alguna.
Ah pobre de nosotros, pobres, pobres
que ni siquiera vemos más allá de la sombra
de nuestras desoladas y engañosas pestañas.
Créeme, créeme, pues ponerle el final
a esta comedia barata es una bendición,
y más si nos sorprende, loado sea,
con un soplo de aire salvador,
en mitad de la asfixia
y tanto y tanto desengaño
con que la vida suele golpearnos
sin piedad cada día.
De verdad, de verdad te lo digo:
Créeme que te envidio.
JUAN CERVERA SANCHIS -México-
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Hace 17 horas
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