sábado, 21 de abril de 2012

COLMILLOS

El dolor que le atenazaba toda la noche, le hacía imposible dormir. No comprendía que le podía pasar, la comida le gustó y no se puso realmente enferma nunca. Pero esa noche calurosa, sentía tremendos dolores por el vientre.

Pensaba que quizás el síndrome premenstrual había llegado mucho antes ese mes, pero eran demasiado dolor a lo acostumbrado. Se quitó la poca ropa que tenía en la cama, dirigiéndose al lavabo. En él, su cara contraída por el dolor le miraba. Se agarró el estómago afianzándose los temblores, sentía algo moverse dentro, «cómo podía ser eso posible».

Aterrada, se levantó la camiseta y se asombró como una manita se dibujaba bajo su piel. Miró al espejo para comprobar el cambio de sus facciones. El dolor le recorría la espalda cual hierro candente, entre espasmos, empezó a gritar; su boca sacaba gritos animales, inhumanos, caninos.

El cuerpo empezó a transformarse... Sus manos se convirtieron en garras que tiraron todos los productos del lavabo. Sus piernas se arqueaban partiéndose los huesos para conferir mayor fuerza, dando algunos centímetros más de altura. Su cara se tornaba alargada y se cubría de vello, el pijama se iba desgarrando dejando paso a la hinchazón del estómago. La manita cambiaba a una garra que dibujaba en la piel un dolor atroz. Un zarpazo destrozó la cortina de la ducha reflejando en el espejo aquello que más allá del cristal alumbraba la noche: La perfecta circunferencia nácar de la luna llena. Las nubes ocultaron por un momento el satélite, mientras recobraba su faz humana la joven pudo pronunciar: «Odio estas contracciones»

William E. Fleming (España)
Publicado por la revista digital Minatura 117

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