Te escuché y levanté mi camisa
para mostrarte que no había nada allí abajo
más que una panza plana y
cuatro costillas que se levantaban
como dedos bajo la piel.
Ahora en ese lugar tengo
dos estrías que se formaron
por mi mala postura.
Pensé que eso era todo
pero con tu mano
un poco más grande que la mía,
tocaste mi ombligo
por ser tan diferente al tuyo
y entonces tú me mostraste
tu pancita blanca, sin lunares
que se asomaran como en la mía.
Reíste mucho cuando
me sonrojaba, pero era un niño
entonces.
Una maestra nos vio desde lejos,
amenazó con llamar a mi madre,
pero no lo hizo.
Pidió que no volviéramos
a vernos el vientre.
Tenía seis años entonces
y sé que si nos volviéramos a ver
ya no vería una panza sino un vientre
Y tú quizás verías algún trozo
de escultura griega detrás de todo
este pellejo.
Uriel Galaz Chinolla
Publicado en Periódico de poesía
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