Punto vacío
Si voy hacia el futuro, contradigo
mi propia, radical filosofía
de negar su existencia; mi energía
se centra en el presente, y a él me obligo.
Sin embargo, ese punto que persigo,
constante, paso a paso, día a día,
me deja el alma a veces tan vacía
que en zonas no existentes busco abrigo.
Al abrir, en mi casa, la ventana,
no pretendo tocar ni ver mañana,
sino algo más tangible, este momento.
Y si en él no te alcanzo, si no brota
del suelo tu perfil, en tal derrota
deberé reorientar mi nuevo intento.
Reactivación
En distante galaxia tibia estrella,
de casi imperceptible parpadeo,
turbio punto de luz que apenas veo
en la noche que fue de mi querella.
Su desvinculación resultó en huella
de ruina ensangrentada, martilleo
sobre el cristal del alma, o bombardeo
de cuanto supe edificar con ella.
Mas cuanto en un principio fuera estruendo,
día a día se fue desvaneciendo,
estrépito, clamor, rumores, calma,
o luminaria, claridad, vislumbres.
Vacío ya de viejas servidumbres,
dispuesto me hallo a renovar el alma.
Dulce tristeza
Es azul la tristeza, como la sepultura
que en el fondo del lago se improvisó la altura.
Amplia, profunda, tersa, con el frustrado intento
de abrazar lo distante; triste, mas sin lamento.
Y el cristal divisorio de ambas concavidades,
(dos cielos, uno encima, y otro en profundidades),
mantiene la radiante superficie serena
que, aunque pueda quebrarse, nunca se desmelena.
Se bracea en las nubes y en el agua se vuela,
sin arrancar jirones, sin dibujar estela,
como ángel incorpóreo, o nereida evasiva,
aquél pura inocencia, y ésta visión lasciva.
Tibio paisaje, cálida, delicada belleza,
henchido de esa dulce, nostálgica tristeza,
que confiere a la amante del amado lejano
la sensación de casi tocarle con la mano.
No me llames amigo
Llegó la noche y se acostó a mi lado,
sombra de ojos profundamente hundidos;
y me cubrió de escarcha
al hablar de tus pasos fugitivos.
No siempre dos se alejan,
bien de común acuerdo o a cuchillos;
a veces uno de ellos, desolado,
permanece sentado en el camino
que ya no ofrece dirección ni meta.
Se percibe a lo lejos el aullido
de los lobos al borde del poblado,
y se extinguen los puntos amarillos
de las luces lejanas, junto al puerto,
al dormirse los ruidos.
La noche y yo bajo la parda encina,
y nadie alrededor. Tengo un racimo
de preguntas inútiles
a que no intento adjudicar sentido.
Si alguna vez se cruzan nuestras sendas,
no me llames amigo.
No sabría qué hacer, ni cómo hablarte;
hay tanto del amante aún en mí mismo…
FRANCISCO ÁLVAREZ HIDALGO-Los Angeles-
martes, 1 de noviembre de 2011
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