CELOSAMENTE
Te guardé celosamente en el
desván de mi corazón. Pero
ahora vuelves a llorar para
recordarme, que el primer amor
no se olvida jamás, ni aunque
lo escondamos en el fondo del mar.
CARMEN PÉREZ MARTELL
EN EL DESVÁN
En el desván de una hermosa
casa madrileña
yacía una linda muñeca olvidada,
la dueña no la quería
ni tan siquiera la miró.
Ésta no tenía alma
pero parecía llorar,
así pasó mucho tiempo…
Atravesó el mar una mujer morena
y fue a trabajar a esa casa
y en su vientre ya llevaba
la que heredó la muñeca.
Ya no llora la muñeca
la muñeca la engalanan
es la muñeca más linda
más linda es la niña
y de tez morenita clara.
ANTONIO BASALLOTE
EL DESVÁN
En el desván caían las goteras del techo. Como me fue imposible seguir allí, bajé las escaleras y me fui a mi dormitorio.
Me senté en la vieja silla que tenía de pequeña y deposité mis manos en el teclado del ordenador.
Mis párpados empezaron a cerrarse y toda la habitación se volvió borrosa, la luz se fue disolviendo hasta que oscureció por completo.
Me sentí desesperado y subí al desván para saber si había mucha agua en el suelo.
Bajé de nuevo a las siete en punto, me dije a mi misma, me voy a descansar.
Siempre la almohada había sido mi compañera, mi aliada. No sabía como solucionar mis problemas y por eso todo lo solucionaba durmiendo.
Deseaba soñar algo agradable, algo que realmente pudiera abrir los ojos.
Las goteras del desván seguían lentamente cayendo del techo. El despertador dio las siete, miré a mi alrededor y descubrí que la lluvia no tenía fin. Irritada me incorporé y grité fuerte y claro que estaba harta de tanta lluvia.
NILA QUINTERO
EL DESVÁN
Mi desván es el desván de los libros. Un desván lleno de aventuras, de ciencia, de belleza. Un desván que me ha enriquecido más que el vil metal. Porque el dinero desaparece antes o después mientras que las riquezas del alma permanecen siempre. En mi desván he encontrado paz en los momentos difíciles. Alegrías en la pena. Fuerzas en la debilidad. Y mucha, mucha imaginación. El desván está cada vez más lleno. Apenas caben ya los libros pero siempre habrá un hueco en mi desván para nuevas aventuras, para nuevas ideas.
JOSÉ LUIS RUBIO
EL DESVÁN
Depósito de vidas y cosas
útiles e inútiles,
trozos de muebles,
juegos rotos,
caballo de balancín de niño,
maletas llenas de cartas
y ropas de estilos pasados,
cajas parcialmente cerradas, en una
restos mordisqueados de vestido de boda,
antigüedades con o sin precio,
libros leídos y olvidados.
olores a almizcle y humedad,
nidos de polvo;
iluminado por solo una bombilla
poniendo sombras en rincones tenues
y casi las únicas cosas vivas
en unos ángulos, murciélagos.
ANNE SAMPSON
EL DESVÁN
Ahí estaba la puerta del desván que me separaba de todo aquello que había soñado en mi niñez, todos los misterios y fantasías que supuestamente se escondían en los polvorientos rincones de los desvanes. Flores marchitas junto a vestidos amarilleados por el tiempo, galas llevadas por inocentes jovencitas en sus fiestas de presentación. Oxidadas espadas de bizarros y bigardos militares que lucieron en desfiles conmemorativos y aún en alguna olvidada batalla de tiempos más pretéritos. Allí también iba a encontrar enmohecidos libros de poemas de humildes trovadores que sólo habían tenido su gloria en algún juego floral de primavera y después cayeron en el olvido a medida que sus musas iban envejeciendo y llenándose sus tristes sonrisas melancólicas de arrugas más por el rictus de tristeza que por el paso de las estaciones. En fin, en mi cabecita infantil cabían cientos de historias que portaban cada una, de los más diversos atrezzos y vestidos propios de cada ocasión.
Lentamente, cautamente y sí, con un poco de miedo y mucho respeto me fui acercando al ábrete sésamo de las maravillas que estaba segura de encontrar.
¡Oh, Dios! ¿Qué era aquello? Todo había desaparecido, por no haber no había ni rastro del polvo y peor todavía de aquellas telarañas que estaba segura tendría que ir apartando a medida que me abría paso hasta los tesoros tanto esperados y ansiados. En lugar de todo eso, había luz, claridad y tanta limpieza que en un principio me sentí deslumbrada y maravillada ante aquello tan inesperado. Y es que los nuevos dueños que habían invitado a la inauguración de su adquisición a mis tíos antiguos dueños de la finca, estaban dedicando el desván a algo más prosaico quizás, pero más práctico, a secadero de legumbres y ahí estaban extendidas por el suelo sobre serones abiertos, las habas, judías, guisantes y garbanzos, secándose al sol del tardío verano que les prestaba con sus cálidos rayos la temperatura justa para que al secarse nos permitiera que luego nuestros paladares saboreasen aquellas mantecosas delicias que nos proporciona el amor de la pacha mama.
CONCHA GOROSTIZA
EL DESVÁN
Subió al desván y se dio de bruces con su infancia. Los objetos se encontraban ordenados, limpios, su madre siempre quiso detener el tiempo, congelar su infancia para ella sola, y en aquel desván lo había logrado. Juguetes y objetos etiquetados, mes a mes , año tras año.
Descubrió su primer biberón, su vaso preferido, su vestido más lindo, su muñeca más amada, sus cuadernos cargados de tarea y de aquellos pequeños dibujos que irían marcando su vida.
Su madre nunca la dejó subir al desván, siempre tenía una escusa para impedírselo, falta de higiene, suciedad, peligroso. Pero era allí donde su madre detenía el tiempo, lo congelaba para ella misma, volvía una y otra vez al pasado, al suyo. Día tras día había ido construyendo la historia de su hija.
Julia no pudo entender por qué se lo había ocultado, por qué no había compartido con ella su gran secreto. Pero sabía que la respuesta estaba allí, entre aquel montón de objetos ordenados y etiquetados.
VIRTUDES ROLDÁN
Revista poética Azahar, nº 133
Hace 7 horas
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