MI ESPAÑOLA LENGUASi del soneto canto la memoria
en mi española lengua embriagadora,
la tinta de mi pluma se enamora
con emotiva fuerza invocatoria.
Boscán y Gracilaso, no en historia,
sino en verbal acción reveladora,
préstanme su prestancia acogedora
en la palabra siempre promisoria.
El soneto otra vez, virgen diamante,
va brotando del fondo del tintero
como un orbe sonoro y deslumbrado.
Y sílaba tras sílaba, irradiante,
alcanza a darle forma y voz al cero
perpetua y niñamente renovado.
SÁFICOSHomenaje a Esteban Manuel Villegas (1589-1669)
Sólo tu voz amiga me alimenta,
tu dulce voz tan dulce que me endulza
el alma con su dulce miel dulcísima,
¡oh, dulce amiga!
Sin tu voz no imagino mi existencia
en este mundo absurdo y sin sentido,
que gracias a tu voz, amiga mía,
tiene sentido.
Tu voz amiga y dulce, siempre dulce,
amiga y dulce y siempre amartelada;
esa tu voz por la que yo suspiro,
canto y aliento.
Dulce eres tú mi dulce amiga mía
y verdadera amiga de mi vida;
de esta mi vida que, sin tu voz, ¡ay!,
no existiría.
Dulce es la vida, dulce, sí, muy dulce,
esta mi vida, oscura y tan amarga,
que tu voz embellece y dulcifica,
eleva y salva.
BÁRBARA PARADOJAVivir y no vivir.
He ahí mi vida.
Mi muerte ahí.
He ahí.
La vida es una estafa.
Es una estafa cruel.
Así, así es la vida.
La vida, sí, es así.
No te hagas ilusiones.
El engaño lo es todo.
Que se engaña a si misma
la vida; que la vida
es la vida y la vida es así.
Vivir y no vivir.
Juego de juegos.
Juego entre tahúres.
Recreo de un recrearse
en la ciega creación
que es destrucción continua.
Locura de locuras.
Bárbara paradoja.
SONETO DEL CAFÉSi el café del soneto nos reactiva,
la vida se ilumina de ilusiones
y la acción se desborda en mil acciones,
pues el café en verdad es acción viva.
Que es el café energía inspirativa
e impulsora de artísticas creaciones;
que es creador el café de altas visiones
y dueño es del don de la inventiva.
Que es el café un acervo de vivencias
que enamoradamente nos seduce
con litúrgica y bella esplendidez.
El café de aromáticas esencias,
cuyo liquido endrino nos conduce,
sorbo a sorbo, a la suma lucidez.
DESPERTABADespertaba, lentamente,
la palabra sol, dormida
en una hamaca de agua
tejida de suaves brisas.
Amanecía en la selva
y en el mar amanecía.
El ruiseñor de la noche
quería ser aurora niña.
Una nubecilla blanca,
con ojos color de endrina,
daba voz al cielo azul
y color a mis retinas.
Resucitaban de súbito
mis muertos llenos de vida
y las ancianas acacias
de nuevo reverdecían.
La palabra sol jugaba
con el aire de una sílaba
y en la llama de tu lengua
se endulzaba mi saliva.
JUAN CERVERA SANCHISCARLOS PELLICERSU POESÍA FLORAL Y FRUTALPor Juan Cervera Sanchís La luminosa poesía –única y fascinante- de Carlos Pellicer
es un canto permanente a lo floral y a lo frutal.
Nos detendremos hoy a saborear con fruición las frutales
manifestaciones, a todo color, del huerto lírico pelliceriano.
Carlos de América fue un alma golosa, un gozador de la luz
y de los frutos de la luz en el espacio detonante y delirante
de la vida, que pasa y vuelve a pasar, porque si bien
morimos siempre retornamos a nacer, sin importar que ello
sea en otros cuerpos y otros rostros y con otros nombres, pues
la esencia de nuestra existencia nunca cambia y, al margen
de las variantes física, es siempre la misma.
Ese gran hedonista que fue Carlos Pellicer, como buen
tabasqueño, amó e idolatró la vida en el color y en el jugo.
Supo ver su interior y ser un poético espejo del mundo
externo, ya que sin el exterior de ninguna manera existiría
el interior.
Los frutos de la tierra son parte esencial de nuestras vidas.
¿Acaso tú y yo somos diferentes a una naranja o a una
sandía en cuanto somos frutos pensantes de nuestra madre
Tierra?
Si nos alimentados, en este intercambio de energía que es
el comer, está claro que esos frutos que nos nutren, hablan
y siente y sueñan y piensan con, y se podría decir, que no
nada más con, sino por nosotros.
En la poesía de Carlos Pellicer respiramos ese panteísmo
frutal.
Su poesía es la voz de las piñas “saludando el mediodía”
con “la sed de grito amarillo”.
Las uvas son versos redondos, “gotas enormes de tinta
esencial”, que se transmutan en bíblicos vinos y que crecen
“suavemente por el tacto de cristal”.
Frutas y jugos, colores líquidos encendidos y tersas
pieles.
Y ahí la cáscara de las “peras frías y cinceladas”, que
son casi hilos de vidrio en donde se reflejan los juguetones
rayos del Sol.
Enorme es la emoción frutal en la poesía de Carlos Pellicer,
que penetra en la psiqué de las manzanas y da por sabido
que éstas, las manzanas, “oyeron estrofas persas/ cuando
vieron llegar a las granadas”.
Granadas con dientes de rubí y, de súbito, aparece “una
soberbia guanábana” y contemplamos y deseamos a los
edulcorados chicozapotes “llenos de cosas de mujeres”.
¿Qué quiso decir Pellicer con esto? Un poco de imaginación
y lo sabremos sin ocultar una leve sonrisa en nuestros labios.
En nuestro viaje por la poesía frutal de Carlos de
América, el rubio universo de “eses” que es cada naranja,
se nos abre en miríficos gajos y nos hipnotiza de dicha.
Hay una infinita felicidad en la poesía de Pellicer, porque
Pellicer goza y nos hace gozar intensamente con cada uno
de sus multicolores versos. Versos frutas, versos flores,
versos aves. Versos, los de Carlos Pellicer:
“La sandía pintada de prisa/ contaba siempre/ los
escandalosos amaneceres/ de mi señora/ la Aurora”.
¡Qué deslumbramiento de sensualidad y de vida se
desborda por estas y en estas imágenes frutales donde
“el sol ríe la escena de las frutas”!
¡Qué enamoramiento eternamente joven es la poesía
del genial poeta tabasqueño, ese poeta capaz de saludar
a los colores como un niño cándido y mágicamente
sorprendido por la belleza!
Alma enamorada de las “granadas delirantes”. Corazón
seducido por las “manzanas vírgenes”. Frutal y floral
poesía la de Pellicer por donde el tiempo no parece
pasar y la vejez nunca llega. Poesía apoteosis.
Leer a Carlos de América es volver a ser joven
No sucede esto con otros poetas cuyos versos y cuyas
metáforas pronto se ajan y se convierten en polvo, de
ninguna manera enamorado, como decía Quevedo,
refiriéndose a otro polvo, muy otro.
Carlos Pellicer es el poeta de la eterna juventud, el
poeta que supo partir “el fruto del insomnio” y encender
“su voz” de frutos y colores.
Cantó a las frutas y cantó a las flores en un inmortal
discurso del que queremos recordar aquí apenas verso
y medio, donde dice:
“Cuando el nopal florece hay un ligero aumento de la
luz...”
Queda definido aquí el mismísimo Carlos Pellicer,
hombre que floreció en este planeta logrando con su
poesía que hubiera para todos nosotros, por la gracia
de su verbo sin igual, “un ligero aumento de luz”.
Después de leer y releer, una y otra vez su poesía,
este mundo nuestro, por momentos tan lóbrego, es sin duda
más luminoso y habitarlo es menos doloroso y sombrío.
EL ROMANCE O CORRIDO EN MÉXICO
Por Juan Cervera Sanchis“El corrido es una de las formas más intensas de
la poesía mexicana”, ha dicho con propiedad
Rubén Bonifaz Nuño, el más alto y profundo
poeta del México contemporáneo. Y así es.
Pero vayamos a los orígenes del corrido, es
decir, del romance.
Para Menéndez y Pelayo y Menéndez Pidal,
“los romances, ya por línea recta, ya por línea
transversal descienden de las crónicas, son pues
fragmentos de los cantares de gestas perdidos
por no hallarse escritos.”
Sí, los romances fueron el origen de los cantares
de gestas que más tarde compusieron y cantaron
los juglares, así llamados entonces y que, hoy, en
México conocemos como onda grupera.
¿O es que no son juglares los populares cantores
de la onda grupera?
Los romances en su origen, dado que no existía la
radio y ni la TV, se cantaban en mercados y plazas.
La mayoría de los romances eran anónimos. Sus
temas eran históricos, novelescos, líricos o relatores
de los acontecimientos sobresalientes de la vida
y su entorno.
Fueron recogidos por primera vez en el llamado
“Cancionero de Constantina” a principios del siglo
XVI y, así, salvados del olvido.
Llegaron al Nuevo Mundo con los conquistadores
y tiempos después se les llamó en México corridos.
Antes de nacer como tales y con temas propios, ya,
de la vida y las incidencias surgidas en las nuevas
tierras los romances viejos fueron cantados en la
Nueva España por los nostálgicos soldados de Hernán
Cortés.
En México los viejos romances cambiaron de alguna
forma.
Se hicieron nuevas versiones en orden a las circunstancias
a que tenían que adaptarse las mujeres y los hombres en el
Nuevo Mundo.
Sucedió esto en todo el ámbito de la lengua castellana
del hemisferio americano.
En México los viejos romances se hicieron nuevos
y diferentes y se adornaron, en muchos casos, de
diminutivos. Veamos el llamado “Cuchito”:
“Cuchito, Cuchito, mató a su mujer/ con un cuchichito
del tamaño de él,/ le sacó las tripas y las fue a vender:/
“¡Mercarán tripitas de mala mujer!”
Estas primeras versiones burlescas del romance en
México pierden por completo el carácter de epopeya
que tenían en Castilla.
La realidad en el Nuevo Mundo es totalmente diferente
a la de la estepa castellana, donde “el guerrear diario”
era parte de la vida cotidiana.
En las grandes extensiones del continente recién
descubierto la visión se transforma y con ella la
temática.
Entre nosotros el viejo romance se hace juego, por
momentos, infantil.
He aquí el titulado “La Pastora”:
“Se durmió la pastora, comió queso el gatito./ La
pastora, enojada, mató a su michito”
Sí, sí, el romance se dulcifica y se infantiliza:
“Hilitos, hilitos de oro, que se me vienen cayendo,/
que dice el rey y la reina/ que cuantas hijas tenéis.”
En esta transformación concurren distancias, a más
de atmósferas mediatas. Por un lado la lejanía misma
del virreinato en relación con el reino y la corona y por
el otro el sol y el aire, el clima de la nueva tierra.
Los romances se aniñan y se cantan en las plazas
las noches de luna llena y a coro por los infantes.
Los que fueran ayer cantares de juglares y soldados
son ahora cantinelas de pequeñuelos y mozuelas:
“Yo soy la viudita de Santa Isabel,/ me quieren casar
y no hallo con quien.”
Y es por ahí que se escucha aquello de:
“El piojo y la pulga se van a casar/ no se hacen las
bodas por falta de pan.”
Aparece en lugar del soldado y de la gesta heroica
el señor don Gato “sentadito en su tejado”. O los
romances de miedo:
“Estando durmiendo anoche/ un lindo sueño soñaba:/
soñaba con mis amores,/ soñaba en mi hermosa dama./
de pronto se me aparece/ una figura muy blanca,/
-Eres el Amor?, pregunto./-No, responde, ¡soy la
Parca”.
Y llega la Parca decidida a llevarse la vida entera
por delante.
El romance se ha hecho personal e íntimo. Ya no
son los sufridos guerreros, bajo el fiero sol,
derrotados o victoriosos, los protagonistas. Ahora,
la protagonista es Delgadina paseándose “de la
sala a la cocina/ con vestido transparente” y con
la muerte blandiendo su espada invisible, pero
siempre muy certera, sobre su bella cabeza.
Las versiones del viejo romance en México cantan
el mal de amor:
“Chiquita, si me muriera/ no me entierres en sagrado:/
entiérrame en el arroyo donde me pise el ganado”.
Y se canta aquello de:
“¿Dónde vas, Román Castillo,/ dónde vas, pobre de ti./
Ya no busques más querellas/ por nuestras damas de aquí./
Ya está herido tu caballo,/ ya está roto tu espadín,/
tus hazañas son extrañas/ y tu amor no tiene fin.”
Se canta a la zagala en el campo y se le pide:
“Dame un besito, lucero,/ le dije lleno de afán.”
A lo que la zagala responde, para que veamos que en
el ayer, al igual que en el hoy, los hechos de la vida
nuestra de cada día no fueron muy diferentes:
“Si con oro me lo pagas/ de luego lo iré a buscar.”
Pues si, si hay oro a la vista, no hay zagala que
luego luego se resista.
El romance en suma, nacido de la guerra y que pasara
por los palacios y las damas emperifolladas, en América
se hace infantil y juego amoroso durante varios siglos,
hasta que con la Independencia y la Revolución, y ya
con el nombre de corrido, vuelve a recorrer y a recobrar
su, digamos, esencia y presencia.
Se endurece de nueva cuenta y canta la lucha del hombre
en armas, desembocando aquí y ahora en los llamados
narcocorridos, que nos remiten a los corridos fronterizos
que nos dejaron testimonios de las acciones y los hechos
de los antiguos y románticos contrabandistas y aquellos
bandidos que robaban a los ricos para socorrer a los pobres,
personajes como José María “El Tempranillo”, en
España y, entre nosotros, Camelia La Texaca o Lino
Quintana y otros muy de hoy, que se sienten “Jefes de Jefes”, y que
y ya tienen sus corridos resonando en las voces de Las
Águilas del Norte y Los Renegados, entre otros intérpretes,
y ya muy bien instalados en la memoria imborrable o, si
usted gusta, en el disco duro del alma popular.