viernes, 7 de enero de 2011

POEMAS

LORCA

“Que no quiero verla”.
Que no quiero ver tu sangre
filtrándose entre la tierra
ni el ríctus de agonía entre tus labios,
como un San Sebastián.

Lorca,
¿Cómo habrán sido las estrofas
que te dictaba el númen,
mientras las balas asesinas,
te arrebataban del parnaso?

¿Habrán pasado por tu mente
aquellos resplandores
taurinos
de tu tierra,
la fuerza refrescante
del Hudson
en América,
y habrás vuelto a sentir
en tus membranas
los cambiantes sabores
de esos amores
marineros
que las furiosas hordas medievales
actuales
no pueden comprender?

Seguramente por tus ojos,
que se mojaban de nostalgia,
pasaban velozmente
aquellos baños en el río
con Dalí, húmedo y altivo;
el azúcar de Cuba,
y el salobre sabor a celuloide
de Buñuel y sus noches.

Tanto invocaste el drama
y llamaste a los dioses con tu piano,
y quisiste bruñir gitanamente
los mejores romances andaluces,
poeta en Nueva York,
que ahora se fundían
tus alvéolos,
para escribir los versos
que harán
que entre tus brazos moros
se venza anonadado
Ganímedes,
el olvidado efebo
de un poderoso dios.


LUDWIG DE BAVIERA

Como “El buque fantasma”,
tus esperanzas
se mecían violentas
en las confusas aguas
de una demencia refinada,
y tu emoción llevaba en cada instante
la implosión delusoria
del “Tannhäuser”.

Tu pasión traspasaba
los límites del aire...
Y lentamente fueron
grabándose en las cuencas
y en los helados riscos
de tu conciencia
las más altas escenas legendarias
de la nación germana,
convertidas en música epopéyica,
turbulenta e hipnótica,
y en paisajes auténticos,
forjados
de tu casta.

Contra viento y marea,
alhajaste las salas de los templos soberbios
que obsedían tu fuero
y acosaban tu esencia:
sancta sanctorum
de tu luz quimérica.

Luis Segundo,
“El rey loco”.
¿Cómo tasar en oro,
o en murales fantásticos,
o en porcelana bávara
el verdadero acervo
de tu fausta utopía?

¿Cómo podría el mundo,
avaro y vacuo,
interpretar los sueños
de tu castillo interno?

Tu reino
no es Bavaria,
ni tampoco
la gran patria tectónica soñada,
ni la actual Alemania;
tu imperio
es el Walhala.


EL SUICIDIO DE TCHAIKOVSKI

Corriendo
por las escalinatas
de tu pensamiento,
veo
juegos de fuego
ominosos
creciendo
hasta el Big Bang
lumínico y patético.

Tchaikovski,
piedra,
Pedro,
no puedo,
no puedo consolar
el llanto de tus vientos:
salmo de saetas,
puñales negros,
sables cosacos
gimiendo.

Esta es la sinfonía del destino
que mendiga un abrazo sempiterno,
pero que,
más allá del falso ensueño,
rosado,
arrullo del pasado,
se encuentra con el frío del Infierno
que quema
como un beso.

Lontano
solo el hielo,
tu saudade circunda
un chelo esquizofrénico,
y lloras en el suelo,
vibrando,
trémulo,
mientras tus labios congelados
recitan los compases
del primer movimiento
de tu melancolía enajenante
que no tendrá remedio.

Sólo el vuelo,
solamente una fuga hacia el Nirvana,
asido de la mano
del cisne negro,
amainará el desasosiego
ciego:
esa incomodidad
por ser el mundo tan pequeño
para albergar tu genio.

SERGIO ESTEBAN VÉLEZ

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