He regresado al rincón de la cafetería,
justo al lado de ese gran ventanal
que transparenta lo cotidiano de los otros.
La joven rubia que obviando el frío
consume un cigarrillo tranquilamente
en la terraza,
unos pies fosforescentes se cruzan,
me he asustado, el color naranja subido
de tono pisoteando el gris asfalto
choca en las retinas,
por lo menos en las mías.
Y así, van y vienen cuerpos con cabezas postizas, sólo son rostros de frentes ausentes, con ojos ensimismados en la nada,
lugar de todos.
Bocas que hablan ruido, sólo ruido.
Trabajadores que acuden a su celda.
Y la señora enferma de Alzheimer,
que con verdadero entusiasmo
se apresura a saludarme,
no puede enlazar más de tres o cuatro palabras seguidas, me mira fijamente,
y pronuncia algo hermoso : " mi niña"
"me alegro tanto de verte".
No me conoce, siempre me busca
en el mismo rincón de la cafetería.
Para ella ¿ quién debo ser?
Su madre, su hermana, su hija...
Los otros, deambulan, no soy nadie.
Para ella, si que soy.
Consuelo Jiménez
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