La presencia de Emmanuel es imponente, las blancas investiduras que cubren el cuerpo recio y flexible del hombre de 30 años anticipan la ceremonia.
—Emmanuel, bienvenido. ¿Cómo te sientes? —pregunta el anciano, mientras le abraza; igual va cubierto con ropa de ceremonia.
—Hoy me retiro y empezaré mi último viaje, Gran Maestro.
—Así sea, todo se ha preparado. Dime ¿cómo te sientes?
—Muy bien. Si ustedes están preparados, iniciaré la obra.
—Estamos preparados y sabemos que a ti ya te esperan —le dice mientras cubre de aceite los pies y manos de Emmanuel—. La virtud acompaña tus palabras y por ellas unos cambiarán, pero por ellas todos seremos juzgados el último día.
Mientras acomoda sus ropas, Emmanuel pregunta:
—Maestro, sabemos que el derramamiento de sangre al final sucederá. ¿Entienden mis hermanos que muchos no aceptarán el nuevo mensaje y que tampoco comprenderán el sacrificio final?
—Es inevitable que así suceda, aun de entre los elegidos algunos se perderán —continúa hablando el anciano—. Para que la ley se cumpla y el testamento nuevo entregue su herencia, es necesaria la muerte del testador.
—Tu vida será exaltada y se enaltecerán tus enseñanzas —mientras clama el anciano, cubre cuidadosamente con un manto hermoso los hombros de Emmanuel.
—Gran Maestro, que mi voluntad sea Su Voluntad.
—Tus santos hermanos y ángeles te acompañaremos, aun cuando no puedan vernos, siempre estaremos contigo; así sea, hasta el último momento.
—Me encontrarán con los enfermos a los que sanaremos —dice Emmanuel y es Él quien ahora unge al anciano—, viviré entre los más pobres y los despreciados, nunca tendré morada fija; quienes me acompañen serán mis amigos y testigos, caminaremos juntos, siempre acechados por sacerdotes y romanos, fanáticos y opresores, artistas de la mentira, muchos.
—Así sea. —le contesta tomando un nuevo aliento—. Hemos visto tu gracia crecer y llevas contigo el ministerio de sanidad. Tus palabras son fruto de la sabiduría y las cubres de poder singular —dice el anciano mientras se ciñe las ropas—. Permitirás que sus oídos te escuchen y sus ojos contemplen sin comprender.
—Revelarás tu destino, primero a los doce que te han mostrado; luego ellos salarán la tierra y con sangre legará el testimonio a todas las naciones.
—Ahora mismo nuestro hermano que clama en el desierto prepara el camino —dice Emmanuel.
—Sí, después de ti, otros más que enviaremos, caminarán juntos. Y acontecerá que tu nuevo nombre les será revelado, y así todo hombre, mujer y niño conocerá tu obra.
—Y quienes acepten la redención, proclamarán con fe la santidad de tu nombre, dando testimonio y frutos dignos de arrepentimiento, para que así recibamos larga y nueva vida a tu lado. —habiendo dicho esto, el anciano cae rendido sobre sus rodillas.
—¡Bendito!, Cordero de los lomos, ¡José! —exclama, mientras lo alza Emmanuel—. ¡Hosanna mi alma!
El Gran Silencio que se extiende hasta hoy, inició en ese instante.
ARTURO MARTÍNEZ -México-
No hay comentarios:
Publicar un comentario