Motivado por una serie de leyendas, el profesor Jonas Ronaldson dedicó gran parte de su vida a la búsqueda de pruebas que permitieran comprobar la existencia de un paleocontacto, posterior a la aparición del hombre.
Entre España y África, el científico documentó una serie de pinturas rupestres y grabados en piedras que daban cuenta de la existencia de unos seres de grandes cabezas y cuerpo achatado. Según el profesor, de no haber sido por este primer contacto, el desarrollo de la humanidad se hubiese retrasado en cientos de años, acaso miles. Lo único que no tenía claro el profesor era el lugar donde se había producido el encuentro.
Aunque, hacía tiempo abrigaba una sospecha.
La historia del profesor no era nueva para mí. De vez en cuando, él era noticia de primera plana, siempre envuelto en una polémica científica, en la cual sus colegas lo tachaban de charlatán. Siempre fui espectador ajeno de aquellas diatribas gratuitas que le brindaban hasta que un día solicitó mis servicios como diseñador de programas computacionales. Él requería de un programa cartográfico,
que permitiese aunar una serie de variables, con la idea de convertirlas en una red de coordenadas para establecer un nudo central. No fue fácil resolver el problema. Recurrimos a varias escalas y variables. Finalmente dimos con un lugar, unos veinte kilómetros al norte de Kidal, Malí, destino de difícil acceso: el lugar se encontraba bajo el auto declarado Estado de Azawad. Ronaldson hizo
uso de sus contactos y sobornos y un mes después nos encontrábamos bajo el abrasador sol sahariano, fuertemente custodiado por una patrulla de tuaregs. Fue una semana de exhaustivas excavaciones sin resultados. Finalmente, y gracias a una fotografía satelital, la expedición encontró una loza sepultada por laarena. Por lo que pude deducir se trataba de un antiguo sepulcro. Lo que encontramos en su interior nos dejó sin habla. Posteriormente, las pruebas del carbono 14 y otros
procedimientos, arrojaron que los vestigios encontrados en las cercanías de Kidal contemplaban una
antigüedad de unos 10.000 años...
¿Cómo rayos había llegado hasta ahí, un traje de astronauta, de esa data, con insignia de la NASA?
Jaime Magnan Alabarce (Chile)
Publicado en la revista digital Minatura 149
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