(Artículo de 1919)
El nuevo embajador nombrado por el Japón para representarle en los Estados Unidos ha hecho un discurso hace poco en el que ha tocado, aunque de soslayo, la cuestión de Shantung. Por la Prensa Asociada sabemos que el nuevo Embajador japonés ha dicho: "El Japón iniciará negociaciones con China para la devolución a este país de la soberanía política y territorial de Shantung, veinticuatro horas después que sea ratificado el Tratado."
Fíjese el lector que este cuco Embajador no dice nada de las concesiones económicas de que goza el Japón en Shantung. ¿Y qué vale la soberanía política sin la soberanía económica? ¿De qué vale que le devuelvan a China la cáscara de la naranja dejando en manos del Japón toda la pulpa? ¿Quién ignora que el dueño de un país no es el que lo gobierna ostensiblemente desde un palacio, sino el que posee y maneja sus fuentes de producción?
Bueno es fijarse bien en este asuntito de las diferencias entre el Japón y la China, porque en él encontramos a la mano, a poco que escarbemos, descubrimientos muy curiosos e instructivos.
Se ha hablado mucho en el mundo acerca de la debilidad de los Poderes aliados al permitirle al Japón se tragara bonitamente un pedazo de China. Y para explicar esta debilidad, se ha alegado que hubo que ceder a las exigencias del Japón para lograr su adhesión a la Liga de Naciones. Pero de lo que nadie ha hablado una palabra en la prensa grande es, precisamente, de lo que constituye el nudo y la clave de todo el embrollo.
¿Han olvidado ustedes aquello de las "esferas de influencia" que la diplomacia mundial barajaba tanto antes de la guerra? Pues bien, en estas "esferas de influencia" es que encontramos la madre del cordero. Las grandes naciones de Europa se habían ido introduciendo en China y apoderándose de ella por medio de las consabidas esferas. Estas grandes naciones fueron por consiguiente las primeras en dar comienzo al proceso de engullirse a China. Alemania llegó retrasada al banquete, y al apoderarse de Shantung no hizo más que seguir el ejemplo que hacía muchos años le estaban dando Inglaterra y Francia. ¿Cómo pedirle, pues, al imperialismo francés e inglés que rechazase las demandas japonesas en Shantung, poniéndose en peligro ellos también de soltar sus presas?
Un mapa de China donde estuviesen marcadas las susodichas esferas de influencia que poseen en este país Inglaterra, Francia y el Japón, nos convencería en seguida de que todo el Celeste Imperio, a excepción de cuatro provincias, está bajo el domino extranjero. La esfera inglesa se extiende desde el Tibet al Oeste hasta los mares del Este: ésta es la más grande de las esferas extranjeras. La esfera del Japón abarca a Korea, Shantung, Manchuria y la isla de Formosa. La de Francia cubre dos provincias importantes que colindan con Indo-China. Las tres potencias juntas tienen, pues, bajo su dominio, casi la mitad de China, de acuerdo con tratados muy correctos y elocuentes en que lo único que falta es el consentimiento de la China.
Ahora se espera de nosotros, los espectadores neutrales de estos negocitos, que creamos de buena fe en la posibilidad de que estos tres imperialismos juntos, tan luego como se reúnan fraternalmente en el seno de la Liga de Naciones, le habrán de hacer "justicia" a China en el asunto de Shantung, cuando se ratifique el Tratado de Paz. Pero para creer en la posibilidad de este milagro habría que olvidar que esta promesa que el Embajador japonés le hace ahora a China, es la misma que le hizo Inglaterra a Egipto, sin embargo de las cuales tanto Korea como Egipto se encuentran ahora bajo las bayonetas de las potencias prometedoras.
Además, ¿cómo va uno a creer que así como así el Japón ha de ser tan tonto que entregue esa tajada de Shantung a la China dejando al mismo tiempo al imperialismo de las otras dos potencias aliadas en posesión pacífica de sus dos enormes "esferas" en China? Precisamente, si el Japón se hizo una potencia imperialista, armándose hasta los dientes, fue a causa del peligro que para ella representaba la expansión del imperialismo inglés y francés en Asia. Para el Japón no había más que uno de estos dos caminos, o esperar resignada la suerte misma de los chinos, o apresurarse a convertirse en un poder imperialista ella también.
El problema de China es el mismo de todos los pueblos débiles del mundo. Su única esperanza está en sí misma y en la fuerza que pueda desarrollar para luchar con los explotadores extranjeros, sin prestar oído a las falaces promesas de una diplomacia solapada y embustera que ha hecho del arte de la mentira una profesión. Para poner fin a estos gatuperios, a esas rapiñas internacionales que constituyen tan corruptor espectáculo para las generaciones jóvenes, no queda otra esperanza que la del despertar de los trabajadores del mundo, que son los que han prestado la sumisa espalda para que sobre ellos se alce, voraz y sanguinario, el monstruo del imperialismo mundial. Este imperialismo no es francés, ni inglés, ni americano, ni japonés, ni alemán. Es de todas partes, y se disfraza en todas partes con el color nacional más conveniente, pero ya es sabido que para él no existen naciones, ni hombres, ni principios, sino mercados donde cebarse y hombres ignorantes que, al conjuro de un himno patriótico cualquiera, se presten a matar y a dejarse matar en la conquista de dichos mercados.
Publicado en el blog nemesiorcanales
Compartido por Rolando Revagliatti
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