Cientos de manadas de elefantes de acero,
siguen la senda del humo.
Arrancando con sus trompas mecánicas
los brotes de hierro.
Aplastando con sus pezuñas de caucho,
los campos, en donde crecen los corazones.
entre rastrojos de venas secas
y en donde las reses de plástico,
beben alquitrán de las acequias.
Arrancan a su paso
trozos de piel a la tierra
con sus colmillos metalizados.
y debajo del suelo que se convirtió en cartón
al caerle encima,su baba seca.
hay esqueletos de niños gritando.
Madres de azafrán con su boca abierta.
y noches con las entrañas
Donde se ve graznar a los cuervos.
Manadas de elefantes de acero.
siguen la senda del humo,
pisando las mandíbulas de los desterrados.
y cortando con sus colmillos de grueso latón.
Las manos brotantes de los desenterrados.
Y tras su paso
tan solo quedo la carcasa
de los edificios sepultados bajo el barro.
En donde se ahogan entre...
los gritos de aquellos,
que tienen su boca llena de ceniza.
y un campo lleno de cruces,
marcando el lugar exacto en donde una vez hubo
una luminaria colgando de lo alto de una torre.
Dando luz a los 100.000 ojos,
de aquellos que miraban el amanecer tras los edificios.
y ahora es un pozo,
al que cayó de golpe la oscuridad
dentro de la pupila de una hormiga
abierta por el miedo.
Al escuchar el barritar de los tanques de humo
que se aproximan
abriéndose en los costillares su camino.
Debora Pol.
No hay comentarios:
Publicar un comentario