jueves, 27 de marzo de 2014

EXTRAÑO INQUILINO


Llegó un día de invierno. Se había enterado de que mi esposa y yo rentábamos un cuarto en el segundo piso de nuestra casa y quería residir allí por un mes. Su nombre era Hermes Mendoza. Era profesor de Química,
según nos había dicho. Se animó a pagar el precio que le imponíamos sin rechistar y decidimos no hacerle más preguntas. Ni bien entró, se encerró en su habitación. No bajaba a desayunar, almorzar ni cenar, le pedía a Sandra que le dejara la comida en su puerta. Fue el inicio de una serie de conductas extrañas que nos inquietaron conforme pasaban los días. A veces, oíamos extraños sonidos en el piso superior, tenía deseos de ir a preguntarle a Hermes qué ocurría, pero me daba algo de miedo subir las escaleras y acercarme a su umbral. Él había pagadopor adelantado, por eso lo que hacía no nos preocupaba demasiado; nunca lo veíamos, mas sabíamos que ocupaba todo el tiempo aquella recámara pues cogía los alimentos que mi mujer le alcanzaba. A los quince días, comenzaron a caer gotas del techo, de la pieza donde él se encontraba; eran blancas, espesas. Llamé a su puerta y le avisé, oí unos gruñidos, no logré
entender nada, bajé a la cocina, corriendo, para decirle Sandra. Aquella misma noche el goteo cesó. A la tercera semana, escuchamos el chillido. Era aterrador, inhumano; nos hartamos, decidimos ir con la policía. Cuando llegaron los agentes de la ley, tocaron varias veces a la puerta del cuarto, vimos que por debajo de esta se filtraba una sustancia lechosa, la cual parecía moverse de un lado a otro. Escuchamos el ruido de una ventana quebrándose, los uniformados tumbaron la entrada y penetramos todos en la estancia. El suelo estaba lleno de extrañas sustancias blancas, algunas tenían un fuerte olor, había humo en el ambiente y un hoyo en la pared, donde antes se encontraba la ventana. Uno de los policías miró por ahí y soltó un grito,
más tarde diría que había visto algo amorfo huyendo a gran velocidad hacia el fondo de la calle, desapareciendo en el interior de un parque. Nunca volvimos a ver a Hermes Mendoza.
Han pasado tres semanas desde aquello, aún no hemos limpiado la habitación; nos llegan perturbadoras noticias sobre horrendos crímenes perpetrados en nuestro distrito.

Carlos Enrique Saldivar (Perú)
Publicado en la revistas digital Minatura 125

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