(Una carta apócrifa de Luis Cernuda)
Te miro, y ¡qué belleza! Los antiguos dirían que un dios te habita. Yo te he visto y, ahora
que la vida ya no me apetece como antes, he sentido correr como un torrente ascendiéndome,
queriendo apuntalarme, anclarme al vivir en esta silenciosa mañana de verano, en la que has
pasado por la calle, y me has adelantado sin mirar, sin darte cuenta de que yo estoy aquí y ahora
tu espalda ilumina mi mirada.
Pero el misterio no es tu belleza que me deslumbra como a los clásicos deslumbró tu
antepasado bello. El misterio es que tus piernas (asentadas en la perfección de tu espalda, en la
redondez de tu culo), que tu cuello, que tu cabeza rotunda como el dibujo mejor pergeñado,
consigan devolverme el gusto por vivir, y den sentido a todo lo que hace unos momentos no tenía
sentido; que me eleven a la luminosidad, mayor que la del sol que comienza a calentar demasiado
ya tan pronto.
¿Cómo es posible que unas piernas tan bien entroncadas en la delicia, unas poderosas
espaldas, unos hombros anchos como el deseo, una figura humana joven y hermosa, pero al fin
solo eso, cumplan el milagro de mi querer permanecer en el mundo, la alegría suma y las gracias
infinitas por conocer esta maravilla de una mañana más?
Del libro La piedra de hoy, inédito de DAVID PUJANTE -Cartagena-
Publicado en la revista Ágora digital 3
No hay comentarios:
Publicar un comentario