El hombre, en su anonimato y
cargado con toda su soledad,
esparcía unas migajas de pan
a las voraces palomas
sentado en un banco de la plaza
con la esperanza de que el sol mañanero
calentara tantas noches al raso
acumuladas en su alma.
La gente, a esas horas,
ocupaba las mesas
amenizando el aperitivo con sus charlas
mientras los niños correteaban
tras las palomas
interrumpiendo el ir y venir
de los camareros.
Era víspera de Reyes.
PEDRO VERA
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