Fue tan larga la espera,
tan breve el instante
en que la eternidad
confirmó su presencia.
Fue constreñido
el aire en sus límites
indefinibles
calidoscópicas abreviaturas
que apremian pespuntes
en la piel ilegible
de las nubes.
Una gota de lluvia
fue suficiente
para inseminar
los surcos,
hendir la tierra
hasta las raíces.
No me sorprendieron
los pétalos secos
de las violetas,
mariposas caducadas
en fugaces renglones
de los sueños de estrellas.
Me entregaste
uno a uno
los jirones de tu dolor
enquistado
en tus párpados
de salitre clausurados.
No me asustó
tu desnudez completa,
ni el ardor desesperado
de tus caderas.
Que la pasión
fuera una frágil voluta
que en goce diluye
las cenizas de la espera.
Dejaste entre mis manos
la blanda arcilla
que tus bordes moldea,
y mi boca sedienta
de beberte eterna.
José M. Huete García
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