sábado, 6 de abril de 2013

DE CIUDADANOS A SÚBDITOS


Bajo determinados soles el camino se hace más pesado, menos machadiano y bastante laberíntico. Arrojamos nuestros pensamientos contra las escarpadas paredes de esos desfiladeros construidos por Hobbes, y nos preguntamos también, acompañando a la sombra de Hamlet, si somos o dejamos de ser porque los demás, reyes corruptos, nos obligan a ello. Sabemos que no somos nada y deberíamos tomar cicuta, como Sócrates, y no vender nuestras almas por una migaja de exilio.

Sentir el calor tostar nuestra faz no demuestra que estemos vivos; al contrario: puede ser que nuestra piel, mal acostumbrada al sufrimiento inadvertido, se ha vuelto demasiado blanda, excesivamente débil. Se agrieta, se convierte en pergamino donde alguien, tal vez algún misterioso arcano, escribe, con letras salpicadas en oro extraído de las montañas de la Locura, epitafios escritos, tiempo ha, en los más recónditos rincones de la memoria, de nuestra memoria.

Arrostrar las cadenas impuestas es merecer la esclavitud aceptada, porque nadie es más esclavo que quien admite los designios dictados por otros. Romper los grilletes, aunque las manos sangren por mil heridas y el alma grite de dolor, resucita a Rousseau de entre las tinieblas, domestica a los cuatro jinetes del propio Apocalipsis, y sirve de bálsamo –nunca definitivo, siempre agradable- de Fierabrás, de pócima mágica, de sagrado Cáliz donde beber, de nuevo, la sustancia que hace que podamos seguir caminando, a pesar de esos singulares y ardientes soles que, de vez en cuando, hacen parecer más fúnebres los senderos, más duros los repechos, más terribles los precipicios, más lejanos los horizontes...

Francisco J. Segovia -Granada-

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