Hoy que podría amarte con la violencia del fuego...
transitan por tus pechos dioses lascivos
que la fruta del sexo te devoran,
por eso voy a quitarme esta máscara falsaria
que a la integridad de mis miseria adultera.
Su mentira quedará desprotegida, y en plenitud,
ebria la luz del desengaño incendiará a este silencio
y se hará mi garganta un grito incandescente
hasta que la palabra quede enterrada entre ceniza.
Ahora que improviso un ritual, infecto de melancolía,
porque el alcohol no logra cicatrizar las heridas del alma
contra el olvido el cierzo se hace afrenta
y los aljibes de mis labios de ternura están vacíos,
una partitura húmeda me llega del fondo de la lluvia,
su melodía se convierte en mar y me seduce.
La pasión de su sal, su fogosidad líquida, a mí se entregan.
Todo es inútil: en la matriz de mis raíces yermo crece
el germen de los sueños que nacerán en tierra adentro.
Nada espero a esta hora en que ansiosa la nostalgia
se interna por la voz y profana el templo de la vida:
sobre mi boca muere el lenguaje callado de algún cuerpo.
La orfandad del tacto contra la carne se rebela
y en pulso herido el vértigo del deseo se transforma.
En la piel del corazón se queda tatuado
el abismo donde se ahondan mis ausencias y este dolor
de hombre deshabitado que con harapos de recuerdos
cubre a la soledad desnuda que a su futuro asedia.
Rafael Bueno Novoa -Leioa (Vizcaya)-
Publicado en la revista Tántalo 65
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