Lo vemos alejarse y ya añoramos su presencia. Sus golpes en el piso, sus ruidos con las manos. Extrañamos además su sonrisa almibarada, sus dientes de manteca. No sabemos aún cuándo regresa, pero apostamos a verlo nuevamente. Tenemos que decirle algunas cosas. Soltar los argumentos que apretamos con los dientes, creyendo que después será distinto.
-Él no quiere volver –aseveran en su casa-. Está cansado de hundirse en los recuerdos.
Nosotros insistimos. Queremos que nos diga finalmente si es verdad que fuimos egoístas.
Horacio Laitano -Argentina-
Publicado en la revista Con voz propia 52
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