Admiro el ser inquebrantable
del estoico trashumante,
piel de canto y de rodera,
pies de pasos sin frontera.
Errante bajo el manto del estío
por edenes y baldíos,
sobre brasas de caminos
y reposo en las cunetas.
Admiro al náufrago labriego
a la orilla del surco yermo.
Huérfano de padre y de horizonte,
vástago primero de cielo y norte.
Su indómito perfil azada en ristre
caminando entre la nada y lo imposible,
encerrado en los confines de una linde
avistada por los ojos de Caronte.
Admiro la presencia incorregible
del poeta que a su verso llama libre,
su canción de volátil donosura,
su pluma de dolores y texturas,
su escritura, sin matices ni prebendas
por renglones de sabores a leyenda,
a desazones, a razones sin certeza
y a certezas de vacío en armadura.
Y detesto a todo aquel
que por tibieza o por pereza
se gusta de alargar nuestra tristeza.
Y detesto a todo aquel
que por mezquino o sibilino
disfruta manejando los destinos
del rebaño concebido. A todo aquel
detesto por hacer del vino hiel
y desierto lo que fuera por destino
ser vergel.
Gustavo González -Valladolid-
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