martes, 21 de agosto de 2012

EL BESO


Aquel beso complaciente estalló la sombra que fuese
dispersando con el duende de un estío prematuro.
Construyó el nardo del afecto para esmaltar la sonrisa del cariño,
que afincó en una Luna cuyos ojos traviesos de espía,
atisban desde su romántica elipse para untarse de sueños que luego desparrama
en el tul vagoroso de su brillo inextinguible.
Para afincar en los almácigos desiertos, que la beben
con sedientos entusiasmos y mutarse en gloriosos receptáculos
de un amor de arrabales pueblerinos.
Un raso de carmín transita un invitante camino
que se dibuja entre un trébol deleitante
y un fresco de gramillas somnolientas.
Ríe el parpado de la vida a través de sus tertulias infinitas.
Apenas se despegan dos bocas de sediento atrevimiento, para
cincelar un ritmo de murmurios que pretenden erigir un dolmen
de palabras muy cerca de las playas que comulgan con olas
de caricias espumantes.
Dos sombras que se aprietan para convertirse en
una sola expresión fantasmagórica.
Que aparentan dilatarse en el plexo de la noche,
como alondras enigmáticas tentando un vuelo de azahares
en procura de un nido de nupciales aventuras.
Un tímpano de azules venturosos va en busca
de pálpitos ingenuos extraviados quizás
en las ventiscas de los cosmos.
Un aroma de huertos opulentos forjan
un cortejo sensual indivisable, que estremecen
los ámbitos cercanos y de pronto, envuelve aquel ritual
del beso enamorado, en su fronda inmortal y cautivante.
Hay un bostezo de arpegios satisfechos.
Y dos pechos muy juntos, que acercan la asonancia de sus ritmos.
La diástole impalpable de un beso en la penumbra.


RODOLFO LEIRO ARGENTINA
Publicado en la revista Estrellas Poéticas 49

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