Surcar los aires hondos con pájaros de fuego
es una osadía y tú lo sabes bien.
Somos tan pequeños, me decías dormida,
duramos el soplido de una fragilidad.
Déjate pasear por misterios y delirios;
apenas quedarán territorios de aflicción.
Somos tan pequeños.
Delgadísimos y débiles, tal vez,
como un niño que grita sabiéndose nacer,
una hebra de ilusión de la nada prendida,
un pétalo de hastío tirado al lodazal.
Desde su arrogancia,
todo parece al hombre tan fútil, tan destruible.
Este caballo griego, tú lo sabes, es una belleza
creada y fundida seis mil años después,
por unas manos ácidas que anunciaron las tuyas.
Lo vi. Espigado y sereno me miraba
en la sórdida vitrina de una tienda en Nueva York.
Déjate llevar por lo que habría de ser.
La certeza ya no pasta en el prado de los dioses.
La muerte ha sido siempre antesala del vacío,
su hálito de hielo no se puede retrata.
Del libro Torrente sanguíneo, 2007 de José Mármol Santo Domingo, República Dominicana - 1960
Publicado en la revista Isla Negra 322
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